Fabián Medina
Marzo, 1996. Encontramos al maestro en el lobby del Hotel Alhambra de Granada. Conversando en rueda con su hijo, Sebastián, y otro grupo de jóvenes que lo acompañaban. Vestía camisa de mezclilla y en sus manos mecía un vaso —posiblemente con ron o vodka— en el que navegaba en círculos un solitario trozo de hielo. Nos recibió cordial:
—Qué bueno que hayan venido puntuales —dijo mirando el reloj, para denotar que tiene muy poco tiempo.
Pidió un ejemplar de El Semanario. Lo hojeó, se detuvo en la segunda página y…
—¡Qué buena foto ésta! ¿Es tuya? —interrogó a Jorge López, el fotógrafo.
—¡Mira que buena foto toma este muchacho! —comentó al resto.
Ni qué decir que Jorge estaba flotando con tanto piropo, no porque sea la primera vez que alguien alaba su trabajo, sino porque se trata de Armando Morales, el más grande pintor que Nicaragua ha tenido en su historia, y uno de los primeros de la Latinoamérica contemporánea. También, digámoslo, hombre muy poco dado a piropear.
Morales, de 69 años, vive con su familia en Londres. Salió de Nicaragua en 1960 cuando se instaló en Nueva York gracias a una beca de la J. S. Guggenheim Memorial Foundation. Tiene cuadros en exposición permanente en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y pinturas suyas se han vendido hasta en 420 mil dólares.
Sobre los motivos de su pintura, Gabriel García Márquez dijo en agosto de 1992:
“Vi a la antigua y noble ciudad de Granada, la de Nicaragua, repartida en pedazos en cuadros numerosos: calles sin rumbo, perros rupestres, un coche de caballos sin control con el auriga muerto en el pescante, y su lago temperamental con ínfulas oceánicas, su lago una y otra vez, su lago inevitable, como un fantasma agazapado a la vuelta de cada esquina: su lago de siempre”.
Armando Morales nació en 1927 en Granada. A los tres años la familia marchó a Managua en busca de nuevos horizontes para el negocio de ferretería. Ahí le tocó vivir el terremoto de 1931, cuando tenía 4 años.
“Lo recuerdo. La gente se hincaba en las calles. Recuerdo haber visto mucho alambre (eléctrico) en el suelo. Debía haber sentido miedo… ¿Qué niño no lo sentiría?”
Morales contesta a desgano las preguntas personales. Aparentemente le fastidian las entrevistas. Ya antes me había advertido que no usara grabadora, porque “me inhiben”. “Tienes que levantarla a lápiz”, exigió.
:::¿Cómo se divertía en su infancia, en su adolescencia?
“Con los juegos normales de todo chavalo. ¿Cómo te divertías tú? Jugabas béisbol, nadabas… Para ese tiempo yo ya pintaba. El primer cuadro mío fue hecho al reverso de una tarjeta postal que se perdió en el terremoto de 1931 y apareció en 1950… pero eso ya lo he contado antes”.
Efectivamente, ya en cierta ocasión contó al mismo García Márquez la historia del primer dibujo hecho a la edad de 3 años: “Es un barco pintado con lápices de colores en el dorso de una tarjeta postal que su padre mandó de Alemania cuando se fue a comprar lo que solo un nicaragüense de 1920 podía comprar en Alemania: una fábrica de ladrillos”.
En 1964 se casó —digamos tardíamente, porque ya tenía 37 años— en Londres, con una ciudadana inglesa.
:::¿Hubo algunos noviazgos aquí en Nicaragua antes de su casamiento?
“Deben haber habido”, elude nuevamente fastidiado.
En ese momento de la entrevista estábamos cuando pasa por ahí el Superintendente de Bancos, don Ángel Navarro. “Morales, qué sorpresa encontrarte aquí”, le dice. Aquél tiende la mano desconcertado.
—Ángel Navarro, hombre —se presenta:— ¿Te acordás?
—Cómo no —y se palmotean ruidosamente las espaldas.
Poco después se les une una señora.
—Don Armando Morales… ¡Ay qué honor…
—Claudia Frixione —la presenta don Ángel Navarro.
—¿Qué eres de Panchito Frixione?
—Soy hija de él.
Navarro le habla de una novia que dejó, y de la que Morales no se acuerda o se hace el que no se acuerda. Después de tomarse una media docena de fotos, el grupo se marchó y reanudamos la conversación:
:::¿Alguna vez se interesó en la política?
“Nunca me interesó. La idea política sí, que no es lo mismo”. Se queda pensando sosteniendo la barbilla entre los dedos gordo e índice de la mano izquierda. “Siempre se decepciona uno de la política. Y si me preguntas qué pienso de la política de Nicaragua, te diré que me vale. La política de Nicaragua me vale. Me da exactamente igual gane quién gane. Nunca va a cambiar nada. Nunca dan lo que prometen dar, es más, ni siquiera intentaron cumplir (las promesas)”.
:::Usted dice “siempre se decepciona uno”… ¿Ha sufrido usted una decepción política acaso?
“Engañaron a tanta gente. No voy a mencionar nombres. La excepción son los políticos que a su vez también fueron engañados”.
Morales viene otra vez a Nicaragua por dos motivos: visitar a sus hermanos, y contemplar la naturaleza tropical, fuente de muchos de sus cuadros. Esta última es una actividad que realiza muy a menudo. Ya ha recorrido todo el río Amazonas con este propósito.
:::¿Por qué se aloja en un hotel teniendo familia y tantos amigos?
“No me gusta estar en casa de familia. Amigos y familiares me han ofrecido, como se dice, hacha, calabaza y miel, pero prefiero el hotel. Me siento con mayor libertad”.
:::Usted ha vendido cuadros en cifras cercanas al medio millón de dólares…
“Sí. En una subasta se vendió uno en 420 mil dólares. He vendido otros en 380 mil en galería, que a mi juicio es más meritorio. A veces me quedo perplejo porque me ponen en un pedestal, pero luego veo que los demás son una caterva de malos pintores, entonces es lógico que esté a la cabeza”.
:::¿Qué hace que un cuadro valga más o menos en el mercado de pinturas?
“La calidad intrínseca que lleva el cuadro, y a veces caprichos de los coleccionistas. Yo no entiendo a los coleccionistas porque no colecciono nada. En mi casa no cuelgo cuadros. Tengo algunos cuadros míos que pienso dejar de herencia a mis hijos, pero no los cuelgo. No cuelgo cuadros”.
:::¿No tiene cuadros de otros pintores?
“Ah sí, mi mujer tiene cuadros de Botero, Tamayo y Cuevas”.
:::¿Qué ha significado para usted el éxito en su carrera?
“Éxito no es la palabra. Hay pintores que son una lata y han tenido éxito. Considero que toda mi obra es una cadena interminable de fracasos. Cuando yo me muera van a decir: ‘¡Carajo, qué impresionante colección de fracasos!’ El único cuadro bueno es el que voy a pintar mañana”.
(Esta entrevista fue publicada originalmente en El Semanario el 29 de marzo de 1996).
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