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Aleluya

El Aleluya como cierre en una noche de música religiosa en concordancia con las celebraciones marianas y cristianas —María y Cristo en eje sobrenatural— produce vitalidad.

Joaquín Absalón Pastora

El Aleluya como cierre en una noche de música religiosa en concordancia con las celebraciones marianas y cristianas —María y Cristo en eje sobrenatural— produce vitalidad.

Su acento agita y refresca a las palmas. Extiende amapolas. Bienvenida y resurrección. Por eso fue la escogida —siempre se prefiere al Mesías— para cerrar el concierto de coros y aires navideños realizado el 1 de diciembre en la Sala Mayor del Teatro Nacional Rubén Darío.

Según el expositor y director de circunspecto indicador, Ramón Rodríguez, el espectáculo anualmente renovado no ha extraviado ningún año de continuidad desde que fue inaugurado hace dieciocho abriles con la participación de las obras alusivas para el acontecimiento, de los alemanes y nicaragüenses. Por esta razón estuvieron presentes Bach, Haydn, Mendelsohnn y anónimos de Inglaterra. Pero lo que siguió pasando por autores de Francia y España, fue el desfile de autores nacionales, privilegiados en la exclusividad creadora de los villancicos y los sones de pascua: Carlos Mejía Godoy, Alberto Gutiérrez Laguna, Erwing Kruger, Alejandro Vega Matus, Manuel Ibarra.

Y para poner la corona en las testas alborozadas, satisfecho el gusto espiritual de haber palpado con la generosidad auditiva tanto surtido alegórico de los que, además de ser únicos en su género, estuvieron dotados de una estupenda fecundidad, estar atentos a las interpretaciones de los nuestros como la Camerata Bach, el Coro Arpegios, Elisa Picado, Bernardo Gordillo, el Coro Infantil y la Orquesta Juvenil Carlos Tünnermann López.

Luego atender la invitación del director para que nos pusiésemos de pie y escuchar con la siempre triunfante devoción, el Aleluya de Haendel. Había llegado el imperio divino del Señor representado por una concordancia instrumental y coral.

Cultura

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