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“Solo la muerte me podrá detener”

La niña que jugaba en las playas de Corn Island, quemada por el sol de esa isla tropical, corría en la arena y soñaba con ser grande. Dejó a un lado las muñecas cuando descubrió el balón de voleibol. Un juego que se convirtió en su pasión, en su deporte, en su profesión.

Por: Róger Almanza G.

La niña que jugaba en las playas de Corn Island, quemada por el sol de esa isla tropical, corría en la arena y soñaba con ser grande. Dejó a un lado las muñecas cuando descubrió el balón de voleibol. Un juego que se convirtió en su pasión, en su deporte, en su profesión.

Fue creciendo y entre viajes a Managua y su bella isla descubrió la oportunidad que podría tener como jugadora de voleibol. Hoy su nombre, Jackeline Toruño, retumba en las salas o playas donde se juega voleibol.

Esa niña que disfrutaba la arena entre sus pies descalzos, hoy se esconde en el cuerpo de una joven de 22 años, piernas largas y resistentes, brazos fuertes y piel morena, y que aún disfruta cuando sus pies tocan la arena de la playa, y aún más, si en esa playa se disputa un partido de voleibol.

Toruño desde su inicio ha sido la mejor. A los 14 años se integró a la selección infantil de Nicaragua y bastaron cinco meses para que su potencial la llevara a la selección mayor. Ya tenía 15 años.

La morena de cabello rizado y manos grandes, cuyas palmas levantaban el balón como muy pocas lo lograban, era la promesa que los entrenadores esperaban.

“Del timbo al tambo”

Desde los tres años, Toruño viajaba con su familia a Managua. Eran viajes frecuentes, en los que crecía entre la vida de una ciudad ruidosa y de mucho movimiento y su isla, donde todos se conocen y no hace falta estar pendiente de quién va tras tuyo mientras caminas.

Fue hasta que ella cumplió once años cuando la familia de Toruño decidió establecerse en Managua. La futura campeona empezaría el bachillerato en un colegio de Managua y este sería su punto de partida para su enamoramiento eterno con el voleibol.

“Don René”, así recuerda a su entrenador. “Es un hombre muy duro. Me inspiraba mucho porque ahora que lo recuerdo, era un entrenador que te hacía dar hasta el último esfuerzo. Cuando ya sabía que no podrías dar más te dejaba descansar. De él aprendí mucha disciplina y aprendí también a dar esa entrega total al deporte”, comenta Toruño.

Su paso por este deporte en el país fue fuerte y dejó huella. Participó en ligas colegiales y nacionales, donde su fuerza y empeño lograron trofeos y medallas. Su apellido es sinónimo de “la mejor”. Su fotografía era portada de las secciones deportivas e incluso muchos la llegaron a ver como un buen prospecto para Miss Nicaragua. Talento, fuerza, carisma, belleza… ¿qué más podrían buscar?

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Tras un sueño

Extraña Nicaragua. Reside en Tennessee, Estados Unidos, desde hace cinco años, gracias a una beca universitaria en Administración de Empresas y que también le ha dado la oportunidad de demostrar su talento deportivo y sobre todo de pulir su técnica.

Tennessee está en la región sur de Estados Unidos, con inviernos fríos que odia Jackeline, pero lo que más la frustra es que no hay playas donde jugar voleibol.

Aunque inició jugando en salas se enamoró del voleibol de playa y basta una sencilla razón. “Soy muy exigente conmigo misma y jugar en playa me permite concentrarme mejor, pues no tengo un equipo con el que lidiar. Aquí somos pareja y si mi pareja no me da la talla que yo busco la puedo cambiar en cualquier momento lo que es difícil y peligroso hacer en el voleibol de sala”, dice Toruño.

Han sido cinco años “geniales” donde Jackeline ha ganado por dos años consecutivos (2007-2008) la Liga de Conferencia, un reconocimiento destacado para los deportistas universitarios en Estados Unidos.

“Me ha dado mucho orgullo ser la nica del equipo. Es difícil de explicar lo que se siente cuando te reconocen en otro país y sacas tu bandera azul y blanco”, comenta Toruño, quien apuesta por ser la mejor de la cancha, cada vez que hay un partido.

El “pegón”

Su beca terminó, pero su juego no. “Tengo muchas opciones. Ahora tengo un entrenador que puede llevarme a Los Ángeles, Georgia, entre otros Estados donde puedo jugar y entrenar más tiempo, pero mi estatus migratorio no me lo permite”, comenta Toruño.

A pesar de que se casó en el 2009 con un ciudadano americano, su situación migratoria aún no está resuelta, debe esperar como cualquier mortal. Pero la espera es la muerte para ella.

En un Estado donde la mayor parte del tiempo el frío no le permite entrenar fuera. No hay playa donde jugar voleibol. La opción es invertir el tiempo para entrenar en levantamiento de pesas olímpicas para mantener activos los músculos y aprovechar una cancha pública que simula una cancha de playa, para ir a practicar.

Jackeline invierte 45 minutos de pesas y dos horas en la cancha al menos cuatro veces a la semana, pero desde hace un año no juega en ningún partido.

“Sí me deprime un poco, pero no pierdo mi perspectiva. No me voy a detener por mi estatus migratorio. A mí solo morirme me podría detener antes de lograr mis metas. Estoy luchando y lo voy a lograr”, asegura Toruño.

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El tiempo pasa y Jackeline siente su meta más cerca. “Toca esperar por mi residencia”, cuenta mientras apura la llamada pues está en su trabajo. Es asistente de administración en un casino, donde las horas pueden hacerse eternas y sus horarios se pelean contra sus tiempos de entrenar.

“Aquí la vida es dura, pero nadie me ha dicho que no se puede lograr lo que uno quiere. En Nicaragua no tenía este problema. No me aburría nunca. Jugaba siempre. Pero es aquí donde puedo hacerlo a lo grande y cuando lo haga me tendrás que volver a entrevistar”, dice Jackeline segundos antes de colgar el teléfono.

La Prensa Domingo Corn Island Jackeline Toruño Voleibol archivo

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