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Felices e infelices

Bayardo Quinto Núñez Adolfo se quedó profundamente dormido con el pensamiento misterioso de aquella casa lúgubre y en el pensamiento que el pergamino de su silueta sombría había descubierto una isla sobre el límite de las marcas del subconsciente, que dormido pasaba a ser su consciente. En su naufragio dormido Adolfo pensaba: “¡Ah! en esto gira el misterio aunque aclarado, ja, ja, ja”.

Bayardo Quinto Núñez

Adolfo se quedó profundamente dormido con el pensamiento misterioso de aquella casa lúgubre y en el pensamiento que el pergamino de su silueta sombría había descubierto una isla sobre el límite de las marcas del subconsciente, que dormido pasaba a ser su consciente. En su naufragio dormido Adolfo pensaba: “¡Ah! en esto gira el misterio aunque aclarado, ja, ja, ja”. Se reía en su propio sueño. “Todo es puro jeroglíficos en este mundo que ejerce notable efecto sobre la imaginación humana”. Adolfo continuaba plácidamente dormido, cuando de pronto repicó su teléfono y al quinto repique lo tomó y dijo: “Alo, quién habla, qué se le ofrece”. Al otro lado estaba su novia, le inquiría por qué no se había levantado, que iba a llegar tarde al trabajo. “Bueno, es que tuve un sueño estupendo y me encontré con la verdad de esta vida y sus misterios”, le contestó Adolfo a su novia. Adolfo se levantó, se duchó y desayunó en 10 minutos y en 10 minutos más llegó al trabajo, se sirvió una taza de café y meditaba: “No haré una secuencia de causa y efecto entre la realidad, la imaginación, los sueños y la percepción, la verdad es que la realidad es la verdad absoluta y nunca se equivoca, esto es como un juego de acertijos sobre un mapa real”. En ese momento pasó su novia y le dijo: “Adolfito, qué piensas”. “Que hoy nos casamos”, contestó Adolfo. “Por fin te decidiste, ¿no es un sueño tuyo, imaginación?”, le inquirió Maritza. “No, es realidad, hoy vamos donde el notario”, contestó Adolfo.

Salieron del trabajo a las cinco y diez minutos de la tarde de ese día y a las 6 p.m. estaban donde el notario, a las 6:45 p.m., ya estaban casados. Fueron a un restaurante a cenar, se tomaron dos copas de vino seco alemán y planeaban el futuro de su hogar. Terminaron de cenar. “Vamos a darle la noticia a nuestros padres”, le dijo a la novia Adolfo. En ese momento se dio un balacera, llegaban a robar al restaurante. A Maritza y a Adolfo los alcanzó una bala a cada uno, instantáneamente murieron. Llegó la policía y los padres de los recién casados con sendas lágrimas en su ojos recogieron la constancia matrimonial que se encontraba en el suelo, se sorprendieron y se alegraron. “Andaban celebrando y nos iban de seguro a dar la noticia”, le dijo el papa de Adolfo a la mamá de Maritza. Con el misterio que nos da este mundo, en las dos tumbas nació y florecieron rosas rosadas y una blanca que embellecía las tumbas. Los familiares y amistades se sorprendían de ese hermoso regalo de la madre naturaleza. “Bueno, que Dios bendiga a nuestros hijos y a todos los que han muerto por sus pecados”, finalizó el papá. “Fueron felices e infelices a la vez, por su muerte”, contestó la mamá de Maritza. “Sí”, asintieron los dos.

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