Entre bejucos trepadores y estandartes con alas, crecen los ojos de los ciegos.
Enredados, tienen un corazón que se apiada de los recuerdos inútiles.
Ellos deslizan su mirada certera. Suertero el elegido a quien le han de vaciar los distantes sortilegios
Transcurren las horas y fluye el viaje. Silencioso pacto de imágenes, divisando las vocales de un nombre.
Los ojos traspasan las sombras estiradas de las cañafístulas y los caraos. Río abajo, nadan con las tilapias, y, desde el lomo de una ballena, regresan al mar.
Kilómetros recorridos desde su sarcófago negro y arrugado… Insistentes, marchan con su liviana redondez, acercándose hasta la mano que los reconoce dichosa. Dichosa mano, elegida para quedarse con tus ojos.
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