Mutilada de mis pies a ras de las hierbas, mis gajos de bolas dulces se secaron. El corozo que perfuma la verdura virgen de los cerros con pulsaciones sofocadas se fue quedando marchito, y en agua destilada se transformó mi alargado vientre.
Al tercer día, he resucitado entre la viva garganta de los indios para subir en alientos de mareas que se posan entre el monólogo de los astros y las guerras.
En mi infinito, ellos danzan y lanzan gritos lastimeros a sus dioses, reciclando la monotonía de tambores angustiados.
Palmera soy, indomable víctima, metamorfosis alertando la maldita suerte que me ha tocado. Sobre un dorado puente los sueños viven por mí muerte.
Ver en la versión impresa las páginas: 5 B