Por Alicia Zamora
En la noche de su cumpleaños, mi abuelo me reprochó la velada entera que mucho tomaba fotos. Una aquí con doña nosequé, otra aquí, con la hermana, otra con el señor de camisa morada que nadie conoce. Clic. Otra al adorno en forma de carreta sobre la mesa, que tienen la luz linda y ¡pero carajo! Dejá ya de tomar fotos a chunches. Estaba enojado.
En pleno 2011, había personas, como mi abuelo que sentían la aflicción de quedarse sin rollo para el final. La aflicción de ver esa agujita bajar de 24 a 0 y escuchar ese sonido de llanta de carrito de juguete en retroceso. Esa magia de sacar aquel vasito negro y de guardarlo “para llevarlo a revelar mañana” y rezar para que más de alguna quede bien.
En pleno 2011, cómo le explicaba ese universo paralelo de las cámaras digitales, de los espejitos que reflejaban y moldeaban la luz dentro de esa cajita negra, de los sensores que traducían esos fotones en réplicas perfectas de la realidad y para colmo, no se gastaban, y que nunca más tendríamos que esperar un enviado de dios a revelarnos los momentos en papel.
Que apretábamos el otro botón y la imagen aparecía. Que vivíamos en otra era desde hacía un par de años. Que había entrado por la puerta de atrás, de adelante, de los lados y sin pedir permiso, se había acomodado en el sofá y había tomado posesión de nuestra forma de operar en el mundo.
¿Cómo explicarle que seguramente todos los paradigmas comerciales y las llamadas cadenas de valor son ya obsoletos? ¿Que existen nuevas formas de hacer negocios, más transparentes, horizontales?
¿Cómo afirmarle que dentro de poco, van a existir dos civilizaciones: una conectada, con acceso a servicios, información, conocimiento y medicina del siglo XXI y otra —mayoritaria— postergada y excluida?
¿Cómo contarle que Egberto Gismonti, uno de los músicos vivos más importantes del planeta trabaja para poner en Internet gratis toda su música, porque piensa que le pertenece a su público, pero que los Babasónicos venden sus ringtones en línea, haciéndome creer que cada vez vamos peor?
Traté de explicárselo. Le dije que no se gastaban. ¿Pero, cómo no se van a gastar? Es que esta cámara ya no usa rollo. Es digital. ¿Cómo que es digital? Pues que toda la información queda acá dentro. ¿Dentro de dónde? Tenía una cara de angustia. Como de haberse despertado 20 años después de un coma tecnológico. Una cara de ¿y esto cuándo pasó? Le tuve que separar la cámara en partes.