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Vivir el VIH

La mañana en que Martha Reyes fue a traer los resultados de su prueba al centro de salud de Chinandega, la acompañaba un escalofrío casi fúnebre. El calendario estaba marcado y recordaba en rojo la fecha. Era el 18 de abril del año 2000.

Por: Róger Almanza G.

La mañana en que Martha Reyes fue a traer los resultados de su prueba al centro de salud de Chinandega, la acompañaba un escalofrío casi fúnebre. El calendario estaba marcado y recordaba en rojo la fecha. Era el 18 de abril del año 2000.

Esa mañana, la ambulancia del Ministerio de Salud de Chinandega había recorrido el barrio de Martha, y los enfermeros preguntaban en cada esquina por ella. Todos se dieron cuenta que algo grave pasaba con ella, que a sus 21 años era la viuda más joven del lugar.

Hacía seis meses esperaba la noticia que esos hombres vestidos de gabachas blancas traían. Fueron seis meses de muerte lenta en los que la culpa, la duda y la rabia chocaban en su mente sin lograr una respuesta.

Hacía menos de un año que su marido había muerto de una enfermedad desconocida para ella. Pero la mañana en que la ambulancia del Minsa la trasladó al Centro de Salud, sus dudas se disiparon y su entrevista personal con la muerte dio inicio.

“Me voy a morir”

Su camino por el pasillo de seis metros del centro de salud fue el más largo del que hasta hoy recuerda. En la entrada del consultorio una enfermera la esperaba y con la clásica brutalidad de los hospitales públicos le dijo el resultado de su prueba de VIH. “Es positivo, tenés VIH”, recuerda Martha. Su cuerpo temblaba y sus manos empezaron a sudar a chorros. “Sentí que el mundo se vino abajo. Es una sensación de que la vida se te acabó”.

Probablemente su marido había muerto sin saber de qué. Pero desde ese día que le avisaron de su muerte, los chismes y rumores de que “estaba pegado” no se detuvieron. “Ya sabía que comentaban eso y pasé varios meses hasta que me decidí hacerme la prueba”. Hace diez años los resultados de esta prueba tardaban seis meses o más.

“Su familia lo supo y nunca me dijeron, es algo que les reproché por mucho tiempo”, cuenta Martha, con 12 años de haber sido diagnosticada VIH positivo y que goza de una salud sorprendente, pues ni catarro le da.

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La vida sigue…

¿Por qué a mí?, se preguntó miles de veces Martha. Encerrada durante meses en su cuarto. Su madre desesperada sin saber cómo ayudarla, y una doctora que la visitaba para invitarla a grupos de apoyo, sin obtener ninguna respuesta.

Un sábado por la noche frente al espejo, Martha vio algunas llagas en sus hombros y notó cómo había perdido cabello y estaba más flaca que nunca. No era a causa del VIH sino de la depresión a la que había sucumbido. Su mente corrió a su niñez y regresó rápido a la mujer que miraba reflejada. Sin pensarlo mucho se vistió y se arregló para ir a la disco. Salió escondida de su madre.

Sentada en la barra su mente estudiaba a cada persona que se acercaba a pedir algo de tomar y en aquellas parejas que bailaban en la pista. “La vida no podía terminarse así para mí”, me dije… “Yo miraba la cara de alegría que tenían esas chavalas y no podía ser justo que yo no pudiera ser feliz. Si moría por el sida era algo que no sabía, pero esa noche decidí que iba a vivir y que lo haría bien”, destaca Martha, y a la mañana siguiente buscó a la doctora y asistió a su primer grupo de apoyo.

Llanto, frustración, negación, todo lo pasó Martha hasta que una mañana del 2005, en el municipio de Nueva Guinea su voz se escuchó en una sala y su historia tomó nombre. “Hola, soy Marta y tengo VIH”. El valor y las ganas de vivir crecieron cada día más después de que decidió compartir su historia frente a hombres y mujeres con el virus y muchos otros sin él.

El tiempo da sus frutos, valora Martha, hoy una mujer más decidida y segura que de sida no va a morir. “El rechazo mata… y cuando uno se sumerge en esas depresiones es como suicidarse. Yo decidí ver mi vida más allá de esta enfermedad y veo una vida maravillosa, con mis hijas y apoyando a más mujeres que tienen el virus”, asegura Martha.

A sus 33 años su historia la ha compartido en centenares de charlas, la han conocido además de Nicaragua en México, Perú, Costa Rica, El Salvador y Honduras. Es Subreferente de la Comunidad Internacional de Mujeres viviendo con VIH/SIDA (ICW Latina) y fiscal del consejo directivo de Asonvihsida en Chinandega, la segunda ciudad después de Managua con más casos registrados de VIH/Sida, un subregistro que según esta organización se estima en mil casos, de los cuales la gran mayoría son adolescentes y mujeres amas de casa.

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Una madre desesperada

Martha es madre de tres niñas, la menor de 7 años, hija de su última pareja con quien mantuvo todas las precauciones necesarias y más para evitar contagio o quedar embarazada. Una noche el condón se rompió y el embarazo inició. Esta parte de su historia la guarda en la privacidad.

“Claro que me puse como loca. No quería tener una hija con el riesgo de que se contagiara. Pensé abortar, casi lo hago, pero la vida te da sorpresas y decidí tenerla”, cuenta Martha. La niña nació y un año después la prueba del VIH resultó negativa, y hoy la pequeña de 7 años está sana al igual que sus dos hermanas, hijas del hombre que la contagió y que ya ha perdonado. Las dos mayores saben de la condición de su madre y la menor empieza a informarse. Martha lleva folletos y artículos sobre VIH y la niña le hace preguntas. “Quiero que esté informada cuando tenga que decirle que su madre tiene VIH”, valora Martha.

Los momentos de locura por la desesperación de Martha también la llevaron lejos. “Intenté suicidarme. Y en otra ocasión también decidí envenenar a mis hijas. Pensaba que de todas formas iba a morir y no las quería dejar solas. Algo me detuvo. Fue el momento en que debía tener fe y confiar en las razones por las que el Señor me ponía esas pruebas”, recuerda Martha.

El VIH ha cambiado la vida de Martha, pero increíblemente para bien. Quien la ve jamás pensaría en una mujer enferma. No puede retroceder el tiempo, pero tampoco tiene ganas de hacerlo. Hoy su vida tiene un objetivo que además de vivirla bien y plenamente junto a sus tres hijas, es llevar también a las personas infectadas con VIH y sida toda la información necesaria para que no se dejen morir. “No tenemos que morir por esta enfermedad, podemos vivir y la gente lo tiene que saber”.

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