Luis Sánchez Sancho
Dicen los historiadores que en la entrada de los templos de la antigua Roma estaba la estatua de un niño con un dedo puesto sobre los labios, como pidiendo silencio o prudencia en el hablar.
La estatua era de Harpócrates, quien, según dice el mitólogo francés Juan Humbert en el libro Mitos Griegos y Romanos, “lleva por vestido una piel de lobo cuajada de ojos y orejas, con lo que se quiere significar que debemos verlo y oírlo todo, pero hablar poco”. Y agrega Humbert que con la estatua de Harpócrates colocada en la entrada de sus templos, los romanos indicaban que “para comunicarse con los dioses es necesario hacerlo con circunspección, ya que no es dado al hombre poderlos conocer sino muy imperfectamente”.
Este interesante dato demuestra que el problema de los ruidos estruendosos en la práctica de algunos cultos religiosos, no es de ahora sino que viene de la remota antigüedad. Por ejemplo, los curetes, como se llamaban los sacerdotes de Hera, hermana y esposa de Zeus, practicaban el culto a la diosa madre haciendo ruidos atronadores. Igual hacían las bacantes, o sea las sacerdotisas de Baco (llamado Dionisio por los griegos), que acompañaban con gran alboroto y ruido las orgías, o bacanales, como se llamaban las celebraciones en honor de esa inquieta divinidad.
Sin embargo, el culto a Harpócrates demuestra que ya desde aquellos tiempos a la celebración ruidosa y caótica de algunos ritos, como los de Baco y Hera, se oponía el concepto prudente de que los asuntos sagrados hay que resolverlos en silencio.
Se sabe que Harpócrates era de origen egipcio. Su culto llegó a Roma desde Grecia, a donde a su vez llegó procedente de Egipto. Harpócrates era el nombre griego de Horus, uno de los dioses principales de la mitología egipcia, hijo de Isis y Osiris.
Se cuenta que Osiris era un rey egipcio bondadoso y progresista, quien sacó a su pueblo del estado de salvajismo y le dio leyes sabias y justas. Cuando Osiris consideró que había concluido su obra en Egipto, decidió dejar el trono a su esposa, Isis, y acompañado por Horus se fue a realizar su obra civilizadora en Etiopía, Arabia y la India.
Cuando regresó a Egipto, Osiris fue asesinado por su hermano, Set, quien lo envidiaba y codiciaba su poder. Después de matar a Osiris Set lo cortó en muchos pedazos y los arrojó a la corriente del río Nilo. Pero la adolorida viuda, Isis, salió en busca de los restos de su esposo y con paciencia los fue recogiendo a lo largo del Nilo, hasta llegar a las costas del mar, encontrando el último pedazo, que supuestamente era el pene, en la ciudad fenicia de Biblos, donde ahora es el Líbano se originó según dicen la palabra Biblia. Posteriormente Osiris fue divinizado y lo mismo ocurrió con Isis y Horus después que murieron.
Volviendo Harpócrates, su muda recomendación de guardar silencio para entrar al templo, orar y comunicarse con los dioses, se menosprecia hasta hoy sobre todo en países atrasados como Nicaragua, donde algunas personas siguen creyendo que para practicar su religión tienen que hacer mucho ruido y molestar y hasta causar daños auditivos a las demás personas.
La beata Madre Teresa de Calcuta aconsejaba que para que la oración pueda tener efecto. las palabras deben salir desde dentro de la persona. Y citaba a Juan María Vianney, el Santo cura de Ars, quien a su vez recomendaba: “Para practicar la oración mental, cierra los ojos, cierra la boca y abre el corazón”.
Algo que al parecer lo sabían y respetaban los griegos y romanos de la antigüedad, como lo demuestra la presencia en las entradas de sus templos del dios del silencio que era Harpócrates.Luis Sánchez Sancho
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icen los historiadores que en la entrada de los templos de la antigua Roma estaba la estatua de un niño con un dedo puesto sobre los labios, como pidiendo silencio o prudencia en el hablar.
La estatua era de Harpócrates, quien, según dice el mitólogo francés Juan Humbert en el libro Mitos Griegos y Romanos, “lleva por vestido una piel de lobo cuajada de ojos y orejas, con lo que se quiere significar que debemos verlo y oírlo todo, pero hablar poco”. Y agrega Humbert que con la estatua de Harpócrates colocada en la entrada de sus templos, los romanos indicaban que “para comunicarse con los dioses es necesario hacerlo con circunspección, ya que no es dado al hombre poderlos conocer sino muy imperfectamente”.
Este interesante dato demuestra que el problema de los ruidos estruendosos en la práctica de algunos cultos religiosos, no es de ahora sino que viene de la remota antigüedad. Por ejemplo, los curetes, como se llamaban los sacerdotes de Hera, hermana y esposa de Zeus, practicaban el culto a la diosa madre haciendo ruidos atronadores. Igual hacían las bacantes, o sea las sacerdotisas de Baco (llamado Dionisio por los griegos), que acompañaban con gran alboroto y ruido las orgías, o bacanales, como se llamaban las celebraciones en honor de esa inquieta divinidad.
Sin embargo, el culto a Harpócrates demuestra que ya desde aquellos tiempos a la celebración ruidosa y caótica de algunos ritos, como los de Baco y Hera, se oponía el concepto prudente de que los asuntos sagrados hay que resolverlos en silencio.
Se sabe que Harpócrates era de origen egipcio. Su culto llegó a Roma desde Grecia, a donde a su vez llegó procedente de Egipto. Harpócrates era el nombre griego de Horus, uno de los dioses principales de la mitología egipcia, hijo de Isis y Osiris.
Se cuenta que Osiris era un rey egipcio bondadoso y progresista, quien sacó a su pueblo del estado de salvajismo y le dio leyes sabias y justas. Cuando Osiris consideró que había concluido su obra en Egipto, decidió dejar el trono a su esposa, Isis, y acompañado por Horus se fue a realizar su obra civilizadora en Etiopía, Arabia y la India.
Cuando regresó a Egipto, Osiris fue asesinado por su hermano, Set, quien lo envidiaba y codiciaba su poder. Después de matar a Osiris Set lo cortó en muchos pedazos y los arrojó a la corriente del río Nilo. Pero la adolorida viuda, Isis, salió en busca de los restos de su esposo y con paciencia los fue recogiendo a lo largo del Nilo, hasta llegar a las costas del mar, encontrando el último pedazo, que supuestamente era el pene, en la ciudad fenicia de Biblos, donde ahora es el Líbano se originó según dicen la palabra Biblia. Posteriormente Osiris fue divinizado y lo mismo ocurrió con Isis y Horus después que murieron.
Volviendo Harpócrates, su muda recomendación de guardar silencio para entrar al templo, orar y comunicarse con los dioses, se menosprecia hasta hoy sobre todo en países atrasados como Nicaragua, donde algunas personas siguen creyendo que para practicar su religión tienen que hacer mucho ruido y molestar y hasta causar daños auditivos a las demás personas.
La beata Madre Teresa de Calcuta aconsejaba que para que la oración pueda tener efecto. las palabras deben salir desde dentro de la persona. Y citaba a Juan María Vianney, el Santo cura de Ars, quien a su vez recomendaba: “Para practicar la oración mental, cierra los ojos, cierra la boca y abre el corazón”.
Algo que al parecer lo sabían y respetaban los griegos y romanos de la antigüedad, como lo demuestra la presencia en las entradas de sus templos del dios del silencio que era Harpócrates.