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La reina del reciclaje

Debió ser a comienzos de año. A inicios de la década de los ochenta y tal vez en una ventosa mañana de finales de enero. Quién sabe. Ese momento está hundido en alguna laguna de la memoria de Reyna Rodríguez. Sin embargo, recuerda clarito que era una quinceañera cuando dejó la casa materna para ir a buscar mejor vida en Managua. No hizo maleta. Se despidió de la familia y tomó un bus hacia la capital. Muchos años más tarde, encontraría su fortuna en la basura.

Por Amalia del Cid

Debió ser a comienzos de año. A inicios de la década de los ochenta y tal vez en una ventosa mañana de finales de enero. Quién sabe. Ese momento está hundido en alguna laguna de la memoria de Reyna Rodríguez. Sin embargo, recuerda clarito que era una quinceañera cuando dejó la casa materna para ir a buscar mejor vida en Managua. No hizo maleta. Se despidió de la familia y tomó un bus hacia la capital. Muchos años más tarde, encontraría su fortuna en la basura.

Hoy esta mujer es una de las principales exportadoras de material de reciclaje de nuestro país y al frente de su empresa, Reciclaje y Negocios Internacionales S. A. (Renisa), año con año logra ventas de más de un millón de dólares (es decir, más de 23 millones de córdobas) en el extranjero.

Nació en Rivas hace 46 años. Fue la quinta de los seis hijos de Pablo Rodríguez y Paula Pavón, que los crió a todos como madre soltera.

Desde niña Reyna tuvo pensamientos de grande. Era la mano derecha, y también la izquierda, de su mamá. A los 5 años, una edad que generalmente es para tortas de lodo y muñecas de trapo, ella se entrenaba en el mundo de la compra-venta y ya comprendía el significado de “Don crédito se murió. Mala paga lo mató”.

Ofrecía guineos, carne de cerdo, frutas y nacatamales que compraba a su madre para revenderlos entre su propia clientela. Por eso doña Paula, con voz de profeta solía decirle: “Niña, vos traés el ‘bisne’ en la sangre”. El tiempo le dio la razón.

Al crecer, la muchacha se pulió en el arte de los negocios y aprendió a vender su mercancía en un dos por tres, tanto en el mercado como en las playas de San Jorge y Popoyuapa. “No recuerdo algo que no haya vendido”, ríe ahora, sentada tras la mesa de reuniones de su oficina.

LA JEFA

Reyna María Rodríguez Pavón terminó la carrera de Administración de Empresas en el 2002. Tiene tres hijos, dos mujeres y un varón. Es bajita y con ciertos rasgos orientales, aunque, según ella, es ciento por ciento nicaragüense, de padre rivense y madre granadina. No le gustan las entrevistas e incluso las califica como “tortura” y “trago amargo”. Sin embargo, se “sacrifica” a fin de dar a conocer las bondades económicas, sociales y ecológicas del reciclaje.

Pero, cosa extraña, a pesar de su casi aversión a las cámaras y las grabadoras, es hablantina. A veces se detiene y solicita: “Avisame si me estoy saliendo del tema”. Sobre todo porque su plática coge vuelo cuando sale del círculo de lo privado y entra en los terrenos de la transformación de desechos.

Ella es de los pocos especialistas en reciclaje integral. Renisa, la empresa que fundó hace siete años, se encarga de acopiar mensualmente de 700 a 800 toneladas de material reciclable que llegan desde todos los rincones del país. “Hasta de Kukrahill”, comenta Reyna. La materia prima (cartón, vidrio, papel, plástico y metales) sale de los basureros, las casas y las industrias. El 95 por ciento se exporta. El resto se vende a los molinos nicas que la dejan lista para ser transformada en nuevos productos.

El año pasado Renisa exportó 1,200,000 dólares. Y en Nicaragua vendió unos 60,000 dólares. No obstante, la mayor parte de ese dinero se le fue en impuestos, transporte, energía y salarios. Al final, dice, a ella solo le queda una ganancia de cinco por ciento (unos 63,000 dólares al año), que además debe dividir con su socio, un mexicano.

En medio de esa lucha entre gastos y ganancias, la empresa garantiza empleo directo a 32 personas, entre ellas algunos exchurequeros, como Daniel Méndez, de 26 años. Indirectamente también provee trabajo a más de 3,600 nicaragüenses que están en los eslabones de la cadena del reciclaje. Unos recogiendo y acopiando basura y otros transportándola.

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ORÍGENES

El imperio de cartón de Renisa empezó a esbozarse hace unos 17 años, el día que Reyna Rodríguez escuchó por primera vez la palabra reciclaje, de la que por entonces poco o nada se hablaba. Se fue a consultar un diccionario, a meter su nariz en toda información que le ayudara a comprender el negocio.

En ese tiempo trabajaba en una financiera. Y tenía una basta experiencia en administración, pues ya había trabajado en cervecería, embutidora, agencia de viajes y restaurante.

Para formular un proyecto de financiamiento, empezó a visitar La Chureca en busca de proveedores de materia prima. Ahí conoció a “La Renca”, “La Negra”, “La Gorda” y “La Cucarachona” y les dio el respeto que como microempresarias se merecían. “Yo las llamaba por su nombre y apellido; pero una de ellas me decía: A mí me gusta que me llamen ‘Cucarachona’. ¡A mucha honra!”, recuerda, divertida.

Esos fueron sus primeros pasos. “Y ahí me empecé a enamorar de esa gente tan noble”, afirma.

Después de eso, siempre estuvo vinculada al reciclaje y a La Chureca, algo que muchas veces la ha llevado a asegurar que es “churequera por convicción y empresaria por casualidad”.

EN LAS DURAS Y MADURAS

La vida no viene en bandeja de plata. Y el éxito no se cocina sin esfuerzos, ni se sazona sin fracasos. Reyna las ha visto duras para llegar hasta donde hoy está. Cuando comenzó a funcionar Renisa estuvo seis meses sin pagarse su propio salario. Luego sobrevivió al golpe que le dio uno de sus primeros socios, que se le llevó capital, proveedores y clientes. Le tomó dos años levantarse.

“He vivido la vida tan a la carrera”, suspira la empresaria, que ha trotado y corrido tanto porque no se conformó con lo que el mundo le ofreció en su niñez. A los 15 años, poco antes de viajar a Managua, se visualizó a sí misma con un delantal, y se dijo: “Esto no es lo que yo quiero para mis hijos”.

Canjeó su futuro por uno mejor. Y ahora no solo da empleos, sino que aporta a la conservación de la naturaleza y la reutilización de materiales a través del Tiangue Ecológico, un proyecto que ideó hace cuatro años.

En su taller de manualidades se dan clases gratuitas a personas con discapacidad y mujeres de bajos recursos económicos. También se venden las canastas de papel de periódico y flores de revista que elaboran doña Aleyda Pantoja y Fabio Useda, un muchacho que tiene poca movilidad en las manos debido a la poliomielitis que sufrió cuando tenía dos meses de edad.

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Además, hay muebles hechos con durísimos tubos de cartón y flores a base de botellas plásticas. El reciclaje es el estilo de vida de Reyna, que si ve una lata en la calle la recoge y la lleva a casa. Lo mismo hacen sus hijos. Nada se desaprovecha.

Esa lógica de cero desperdicio la ha llevado por buen camino en el mundo de las finanzas. Su máxima es que “todo negocio, incluso vender chicha, es bueno si se sabe administrar”. Y subraya esas palabras con una sonrisa achinada que se parece mucho al éxito.

En el taller de manualidades se elaboran hasta canastas con abrefácil.

La Prensa Domingo Basura desechos Reciclaje archivo

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