Benjamín Prado
España es un país de poetas y de pintores, pero no de filósofos o científicos, a pesar de José Ortega y Gasset o María Zambrano, de Santiago Ramón y Cajal o Severo Ochoa.
Los mexicanos son grandes pintores, y ahí están Frida Kahlo, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o Remedios Varo para demostrarlo. Argentina produce autores de relatos como Julio Cortázar o Borges y grandes psicólogos y a Colombia y Perú se le dan bien los novelistas. En Cuba y en Brasil la gente lleva la música en la sangre…
¿Hasta qué punto son verdad todos esos supuestos? Sin duda, no al ciento por ciento, pero sí en parte, como también lo sería decir que Nicaragua empieza por erre, la de Rubén Darío, y que de ahí en adelante, también es un país en verso. La lista de credenciales que presenta el pequeño país centroamericano en este terreno, impresiona: ha dado pioneros de la vanguardia como Salomón de la Selva y autores de la categoría de José Coronel Urtecho, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos o Carlos Martínez Rivas, y sigue disfrutando de la presencia de poetas y narradores de fama internacional como Ernesto Cardenal, la salvadoreña Claribel Alegría, Sergio Ramírez o Gioconda Belli; de nombres hace tiempo escritos en letras mayúsculas como los de Francisco de Asís Fernández y Blanca Castellón y de una larga serie de jóvenes que empiezan a dar frutos de nuevo sabor y extraordinario interés.
Todos ellos, los maestros y los discípulos, los poetas, los narradores y los que hacen una cosa y la otra, se reúnen en este número de Cuadernos Hispanoamericanos que hemos hecho coincidir con una nueva edición del Festival Internacional de Poesía que se celebró en la bellísima ciudad nicaragüense de Granada y que es una fiesta de la cultura: los recitales están abarrotados de público, el gentío se reúne en las plazas públicas para escuchar a poetas venidos de medio planeta, anda por los colegios y las calles escuchando a los escritores o se acerca a la casa de Cardenal y lo reclama hasta que sale a saludar a la terraza…
Un país que supo sacar poesía hasta de sus momentos más dramáticos, durante su guerra civil y que incluso en aquella época de la sangre fue capaz de encontrar versos entre las balas, con tentativas tan considerables como las de Leonel Rugama, a quien Rafael Alberti solía citar como la gran voz de la poesía joven latinoamericana o Rigoberto López Pérez, merece la paz de la que disfruta desde hace años, aunque sea teniendo que luchar con los cabos sueltos de una democracia a veces bajo sospecha y en la que muchos denuncian interminables casos de malversación, fraude y abuso de poder.
Pero contra viento y marea, como siempre, los escritores nicaragüenses siguen dando ejemplos de talento y haciendo de la literatura, y muy especialmente de la poesía, su bandera.
La entrevista con la poeta Blanca Castellón que incluimos en estas páginas, es un repaso inteligente y exhaustivo del ayer, el hoy y el mañana de la literatura de Nicaragua.
El presente es conocido y el futuro, como se ve en la muestra que ofrece este número de nuestra revista, parece asegurado. Buenas noticias para un país que, sin ninguna duda, las necesita. Quién no, en estos tiempos.
*Director de Cuadernos Hispanoamericanos