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La lectura y los libros en Nicaragua

Por James Campbell*

La lectura abre puertas al conocer. Brinda respuestas a interrogantes planteadas y a otras que subyacen. Satisface curiosidades. Permite estar en lugares en los que tal vez nunca logremos estar. Permite conocer experiencias sin haberlas vivido, históricas o científicas. Expande la imaginación, a veces más allá de la pretensión de las y los autores. Consuela, nos trae recuerdos. Nos brinda esperanzas.

La lectura, cotidiana y sistemática, es esencial en el desarrollo de la formación de una ciudadanía responsable y, con ella, de los pueblos. Quien no lee no sabe. Quien no sabe nada aporta. Será por eso que el capital (antes solo vinculado a la ideología de derecha y ahora en un híbrido sin igual en la historia, al menos en Nicaragua) prefiere una población sin más “saber” que escribir su nombre. Carne de cañón para las guerras. Mano de obra barata para las maquilas.

El placer de leer es indescriptible. Se puede comparar con otros placeres, pero ninguno se aproxima al clímax que se experimenta con la lectura. Obviamente no con cualquier libro. Obviamente que así como existen libros de libros, existen también autores de autores. Y Nicaragua está plagada por sus cuatro puntos cardinales, en cada uno de sus 153 municipios, de autores y autoras cuya escritura —prosa o verso— son una delicia, una exquisitez a la inteligencia.

Paradójicamente, el consumo del libro en Nicaragua es bajo y la lectura ocupa el mismo lugar o un escalón más abajo. En más de alguna ocasión he aludido la falta de cifras sobre la producción y consumo de libro en nuestro país, a pesar de que oficialmente contamos con un Consejo Nacional del Libro y una Cámara del Libro que aglutina a las empresas dedicadas a la edición, producción, comercialización y promoción del libro y —se supone— de la lectura. Las cifras aunque frías, son el mejor indicio sobre el comportamiento de un fenómeno en particular. Así como la temperatura para el enfermo es un indicativo de la gravedad de su estado de salud; la cantidad de niñas-madres es un indicativo de la falta de educación sexual y otros problemas de salud pública, la cantidad de niños y niñas que abandonan la escuela primaria son un indicativo, entre otros del mal estado de la educación estatal, así las cifras sobre cuántos libros se producen, cuántos ejemplares por cada título, sobre qué temas, cuántos se venden y otros, son —deberían ser en Nicaragua— un indicativo válido para valorar la producción y la lectura en el país.

A falta de estas cifras, obviamente que podrá refutárseme en cuanto a que el “consumo” del libro es bajo y que, por ende, la lectura la acompaña en ese lugar no tan agradable del escalafón.

Autores como Gioconda Belli, Sergio Ramírez, Sofía Montenegro, María López Vigil, León Núñez, Sergio Simpson, Guillermo Cortez Domínguez, Christian Santos, Ángela Saballos, Freddy Quezada, Aurora Suárez, Alejandro Serrano, Onofre Guevara, Aurora Sánchez Nadal y otros que se me escapan, son parte de la oferta que cotidianamente vemos promocionados —o que escriben— en los medios de comunicación escritos, en Internet y en las redes sociales. Otros autores no nacionales también circulan en el país. Pero tampoco de ellos se tienen datos de parte de los importadores y distribuidores sobre cuáles y cuántos traen al comercio nacional.

Incorporar estos datos a las estadísticas nacionales permitirá tener una mejor visión sobre el estado del libro y la lectura en Nicaragua. Y esto es responsabilidad de la Biblioteca Nacional que a través de sus oficinas de ISBN (Número Internacional Normalizado para Libros) y de Depósito Legal, debería facilitar un informe anual de la cantidad de libros que se producen, sobre qué temas, de quiénes escriben, de qué lugares geográficos, y otros datos. También es responsabilidad de la Biblioteca Nacional a través de la Dirección de Bibliotecas Públicas, facilitar un detalle estadístico de los lectores de las bibliotecas públicas (y no de las consultas diarias de estudiantes). La Cámara del Libro por su parte deberá ser coautora de este informe, en el cual deberán incorporar estos mismos datos sobre los libros de autores no nacionales que introducen al comercio nacional y el movimiento comercial. Es decir que esta responsabilidad debería estar en la agenda de estas instituciones.

Con datos fidedignos —y actualizados— se podrá formular una política coherente para la promoción de la lectura en el país, por lo que este tema debería estar en agenda de las instituciones públicas y privadas mencionadas que se dedican a la preservación y promoción de uso del conocimiento y de aquellas que han apostado por facilitarnos la oportunidad de disfrutar del placer de leer.

* El autor es bibliotecólogo consultor

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