El descubrimiento de una partitura inédita de Mozart, efecto de años de dedicación, lleva a la joya al templo dorado donde se develan las filigranas ignotas y más por llevar el sello de Amadeus, me hace recordar que el siglo XXI está siendo distinguido con la resurrección de las hazañas creativas.
La primera se produjo en Beethoven: ochenta páginas desconocidas sacadas de resquicios oscuros por un investigador anónimo.
En el escrito expresa la hegemonía espiritual, su fortaleza en la inspiración y el empecinamiento de demostrar que también podía resolverse efectivo en el contrapunto. La reliquia estaba enterrada en París primero y en Berlín después, desde 1890.
Estaba en el fondo de un archivero, en el ropero de una escuela religiosa de Filadelfia. Quién sabe cómo fue a parar ahí después de un siglo de andar extraviada, carcomida la partitura por los enemigos inconscientes de la belleza, cerca de ser ultimada por las polillas.
Pero había sangre viva en el documento. Se le podía restaurar. ¿Qué tenían esas ochenta páginas escritas en tinta café y negro con acotaciones de lápiz de color rojo, acosadas por numerosos borrones y correcciones? Estaba en formación y sería difícil de entenderla como una perla espiritualmente cohesionada.
Ahora se anuncia a una partitura para piano inexplorada, de Mozart, pero con la diferencia de que fue estrenada en la ciudad de Salzburgo. El descubridor no quiso ocultar su nombre.
Es Herrmmann Schenider. Tiene la forma de una sonata.
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