James Campbell J.
Era sábado y estaba, como solía hacerlo, trabajando en la preparación de mis clases de la semana siguiente en la oficina de la Escuela de Bibliotecología, cuando un alumno (al menos sigo creyendo eso) del que nunca supe de qué carrera, se acercó hasta mí y me pidió prestado un diccionario, a lo que me señaló, sentado en el pabellón de enfrente.
Le mostré dos: el de español y el bilingüe español-inglés.
Escogió uno de ellos —no recuerdo cuál— y se fue. Desde el aula donde estaba con sus compañeros me saludó como dándome confianza. Más tarde regresó. Sabía mi reacción y con cara sonriente me dijo algo como ¡sé que mucho jodemos, pero préstenos el otro! Le presté el segundo diccionario, el que no había seleccionado la primera vez. Han transcurrido 25 años desde entonces y sigo esperando que los devuelvan, ahora ya sin la mínima esperanza.
Esta anécdota suelo contarla en los cursos que imparto sobre la organización de bibliotecas como conclusión de un contrato. Pero también lo hago cuando quiero ilustrar que a pesar de todo sigo teniendo confianza en la gente. Y es que la misma tiene, al menos para mí, un significado especial.
Por eso la biblioteca adquiere una importancia especial. Entre otras funciones, nos ayuda a vencer el obstáculo económico para acceder al libro o en general, para acceder a la información. En ella encontramos muchos libros que no estamos en posibilidad económica de comprar, pero que podemos leerlos o estudiarlos.
Sin embargo, la tendencia de la biblioteca es al cuido extremo, evitando en lo posible el daño y el robo. Esto no es malo, porque el libro en la biblioteca es un bien social que debe de cuidarse para la comunidad. Lo malo es cuando esta tendencia adquiere patente de misión que desestimula su uso y hasta la concurrencia a la biblioteca. Su verdadera misión es lograr el mayor número de usuarios para cada libro.
Lo que se necesita es ponderar la forma de lograr que el libro circule entre la población. Una biblioteca con estantes vacíos porque sus ocupantes gozan de permiso entre la población (amantes ávidos) es una mejor biblioteca que aquella con estantes llenos de libros (amantes presos) en la que sus cubiertas y hojas continúan teniendo el aspecto de cuando se compraron.
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