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Mario Alfaro Alvarado

¿Cuál Estado de Derecho?

Frente a un ingenioso esquema del profesor Manuel Padrosa, citado por el tratadista Francisco Purrúa Pérez, es fácil comprender que “Derecho y Estado tomados aisladamente no significan nada, porque no existe el uno sin el otro.

De manera que un Estado sin Derecho es un simple fenómeno de fuerza. El Derecho sin el Estado es una mera idealidad normativa”.

A partir de este razonamiento jurídico es fácil entender que el Estado nicaragüense ha existido y sigue existiendo, divorciado del Derecho.

De acuerdo con esa definición debemos analizar la realidad nacional, modelada con factores de hecho y no de derecho que dan sustentación al Estado nicaragüense: sin institucionalidad, sin legalidad y al margen de todo control constitucional.

En las pasadas elecciones nacionales, el pueblo, que cerró los oídos a los partidos y a los políticos, convencidos por la alta jerarquía católica, concurrió masivamente a las urnas y eligió al candidato popular don Fabio Gadea Mantilla.

Las elecciones fueron usurpadas por la satrapía que atosiga al país. Se realizaron todo de arbitrariedades y abusos, al mejor estilo somocista. Pero los votos fueron abrumadores a pesar de las trampas del Consejo Supremo Electoral, el gran cómplice de la nueva dictadura.

Se habla mucho de oposición ¿cuál oposición? ¿La de los partidos políticos y sus dueños, para quienes la palabra “diálogo” tiene significado de reparto político?

Después del fraude y en espera de un nuevo fraude electoral para barrer toda duda en el control absoluto de las municipalidades, al mencionarse un “diálogo” surgieron como hongos de primavera, unos partiditos que apoyan el pacto Alemán-Ortega y se presentan a demandar su parte en la opípara fiesta de los megasalarios.

La opinión política nacional está dividida pero claramente definida. Hay dos oposiciones: la de los votos robados al pueblo que eligió a su candidato; y la de la repartición de megasalarios.

Al tintineo del dinero fácil quitando al pueblo con onerosos impuestos y descarados manejos al erario, la “oposición alegre” hace sus cuentas y acepta de hecho al régimen usurpador, la inconstitucionalidad, la imposición y la promesa de una nueva dictadura que se parece mucho a la dictadura somocista.

En la otra ladera está la oposición del voto, la oposición burlada y humillada por la nueva satrapía. Esa oposición votó y eligió. ¿Vale o no vale esa elección? Si no vale, tampoco vale el voto y solo vale la mentira y la imposición descarada.

El robo de las elecciones ha dejado al país sin institucionalidad, sin constitución, sin leyes, sin autoridades electas, sin representatividad de las estructuras administrativas del Estado.

Un Estado sin Derecho es “un simple fenómeno de fuerza”.

Las elecciones municipales, cuando hubo elecciones libres, mostraron el camino hacia la democracia, marcado por los votos ciudadanos.

Después de la gran usurpación del poder nacional, se prepara sin tregua ni pausa, la destrucción del poder municipal, célula de la democracia por tener su raíz en las bases fundamentales del municipio.

La nueva dictadura trabaja sin descanso, comete todo tipo de arbitrariedades y abusos; y sus actos cotidianos causan descontento y protestas callejeras.

Toda la sociedad nicaragüense tiene algo que reclamar.

El voto unificado que eligió a Gadea Mantilla, debe consolidarse en una sola protesta popular.

¡Que la dictadura tiene sus organizaciones represivas! Es verdad, pero no cuenta con toda la población.

La gran mayoría votó por Gadea Mantilla y con un presiden electo masivamente, su voz, mejor dicho su silencio, un silencio que paralice al país.

El voto mayoritario por un candidato popular, por primera vez en la historia patria, el pueblo, sin ir a la violencia como lo ha hecho tantas veces, puede doblegar a la infame satrapía que se ha apoderado de Nicaragua.

El autor es periodista

Opinión CSE estado de derecho archivo
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