Hace unos días leí en el periódico que en los primeros meses de este año, Nicaragua ha tenido un importante incremento del turismo. Se espera que este año un millón de turistas visiten Nicaragua y dejarán unos 400 millones de dólares de ingresos.
Recordé la última vez que estuve en Nicaragua. El avión aterrizó a las ocho de la noche. Salí con mis maletas y un grupo de taxistas casi se abalanzaron contra mí gritando diferentes precios por llevarme a un destino que no conocían.
Salí del área del aeropuerto y fui a esperar un taxi cerca del Hotel Las Mercedes. Ahí había otra gran cantidad de taxistas. En menos de treinta segundos ya había arreglado el precio y abordé el vehículo. Antes de partir se acercó un extranjero con una pequeña maleta y con un acento en español bastante difícil, preguntó al conductor por cuánto lo llevaba a un hotel cercano a Metrocentro.
—Cincuenta dólares —le dijo el taxista.
Yo me quedé sorprendido. De suerte el extranjero no aceptó. El taxista se molestó (siempre se molestan los taxistas cuando el usuario no acepta el precio) y arrancó dedicándole recuerdos a la mamá del extranjero.
—Tal vez el precio le pareció muy caro —le comenté al taxista, quien aún lamentaba haberse perdido esos cincuenta dólares.
—No, qué va ser. Esos cheles traen dólares y hay que reventarlos.
—Una cosa es que traigan dinero y otra es reventarlos —le contesté.
Ni el taxista ni yo agregamos nada. De vez en cuando el taxista me dedicaba una mirada enojada por el retrovisor.
Ese mismo comportamiento veo en la mayoría de quienes ofrecen servicios en Nicaragua. Yo creo que además de los hermosos destinos turísticos de Nicaragua, lo que la atrae como país turístico, es también el precio. Costa Rica se ha vuelto un destino turístico demasiado caro, pero ellos tienen un desarrollo y calidad de servicio que es incomparable con el de Nicaragua.
Aunque mucha gente pensará lo contrario, yo no estoy de acuerdo que se reviente a los turistas. Yo estoy a favor que se les cobre lo que en realidad cuesta un servicio, desde una comida hasta un viaje en taxi.
Si reventamos a los turistas, nos pasará como el taxista que queriendo ganarse cincuenta dólares reventando al extranjero por trasladarlo del aeropuerto a Metrocentro, se quedó sin nada. Mejor le hubiera cobrado lo justo y hubiera tenido garantizado su ingreso.
Sin embargo, es una lástima que este tipo de pensamiento siempre se le pasa por la cabeza a la gente cuando ven a un turista. Igual me ocurrió otra vez en el Mercado Central, conocido más como el Roberto Huembes. Yo pregunté a una vendedora el precio de una bolsa de rosquillas somoteñas. La señora me dijo que valía “cincuenta pesitos”. En ese mismo momento un extranjero preguntó también y la señora le dijo: diez dólares. Al final ni yo ni el turista compramos las famosas rosquillas somoteñas.
Al tratar de reventar a los turistas en Nicaragua, corremos el riesgo de que todos terminemos reventados y que, más bien, ahuyentemos a esos turistas que desean pasar sus vacaciones en Nicaragua sin ser reventados.
El autor es escritor.
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