Quienes han estudiado ciencias políticas o han leído a Nicolás Maquiavelo conocen que este eminente autor político de la época del Renacimiento analizó que los gobernantes se hacen obedecer por medio de dos formas fundamentales: una, haciéndose amar por sus gobernados, y la otra, haciéndose temer por ellos. Trasladado este concepto maquiavélico a la actualidad, diríamos que el gobernante se hace querer y temer por sus gobernados mediante la política de la dádiva o la represión.
En realidad, los gobernantes autocráticos siempre han procedido como lo indicó Maquiavelo, algunos reprimiendo e intimidando a sus gobernados y otros seduciéndolos con regalías populistas. Pero también hay quienes combinan la zanahoria y el garrote, es decir, que gratifican a sus gobernados obedientes y al mismo tiempo atemorizan y reprimen a los que no se someten al poder establecido.
El general Anastasio Somoza García, fundador de la dictadura dinástica somocista de cuarenta años, quizás no leyó a Maquiavelo, pero de hecho aplicó —ajustada a las circunstancias de Nicaragua y a su talante personal— la enseñanza maquiavélica de que el príncipe gobierna haciéndose amar o haciéndose temer por los gobernados. De manera que durante su dictadura militar y familiar, Somoza García practicó la denominada “política de las tres P”, o sea plata para los amigos, palo para los indiferentes y plomo para los enemigos.
Del actual gobernante autoritario de Nicaragua, Daniel Ortega, quien ejerce o más bien detenta inconstitucionalmente la presidencia de la República, se dice a menudo que en su ejercicio del poder se parece más a los dictadores Somoza que a un típico déspota revolucionario, como el mismo Ortega lo fue durante la revolución sandinista del siglo pasado. Y es cierto, pues aunque Ortega no lo diga, él se ha apropiado de la clásica regla política somocista de las tres P. Así lo demuestra con la repartición de beneficios materiales para los partidarios orteguistas, con las golpizas e intimidación a los activistas sociales y políticos que protestan contra las arbitrariedades y abusos del régimen, y con la liquidación física de los alzados en armas como alias “Yajob” y alias “Pablo Negro”.
Pero más que todo Ortega gobierna combinando la zanahoria con el garrote. Gracias a su control absoluto del poder político y presupuestario del país, más los cuantiosos dividendos que obtiene de la cooperación petrolera de Venezuela que maneja como patrimonio personal, pero la población de Nicaragua tendrá que pagar obligatoriamente, Ortega puede repartir plata entre sus amigos y seguidores, al mismo tiempo que receta y aplica palo a los que no quieran someterse.
Por eso es que el régimen de Daniel Ortega aparenta ser fuerte e imbatible. Pero asimismo se veía el régimen de los Somoza, hasta que inexorablemente fue derribado por el pueblo en julio de 1979. E imbatible parecía también el régimen sandinista de los años ochenta, hasta que fue abatido electoralmente en febrero de 1990.
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