En Nicaragua todos, sin importar color político ni la clase social, recordamos cada año el 19 de julio como el día en que el país sacó del poder al dictador Anastasio Somoza Debayle. De eso ya han pasado treinta y tres años y cinco gobiernos y uno esperaría que en ese largo tiempo las cosas en el país hubieran cambiado, porque a mí me enseñaron en la escuela que la palabra revolución significa transformación y cambio profundo.
Yo me pregunto: ¿A ver, dónde veo yo esa revolución que le costó la vida a tantos nicaragüenses? En los semáforos se arremolinan siempre los véndelo todo y los limosneros. Los barrios siguen igual de pobres o tal vez, más pobres. Las escuelas están tan deterioradas que en vez de llegar a estudiar, yo llegaría a llorar. Y de los hospitales públicos, mejor salir huyendo.
La revolución fue para echar del poder a alguien que robaba, que se ocupaba de tragarse al país entero, que mandaba a matar a familias enteras, pero también la revolución pretendió acabar con todo un sistema corrupto de cuarenta años de existencia y que había invadido tan profundo las instituciones, que desde raíz se debía limpiar todo su mal.
Luego de treinta y tres años, veo que se derramó la sangre de miles de nicaragüenses con el fin de acabar con la injusticia y el abuso del poder, pero cada día que amanece en Nicaragua, esa misma injusticia y el abuso del poder siguen ahí, como si el tiempo no hubiera mellado.
Y no, no solo aquellos comandantes han tenido la culpa de que hoy esa revolución en Nicaragua sea una palabra vacía y tan repugnante que da ganas de escupirla. El compromiso revolucionario no era solo de los sandinistas. También era del resto de nosotros. De cada uno de nosotros. Y ya ven. En los años que gobernó la derecha, los funcionarios de cada administración parecían solo querer recuperar el botín amasado por Somoza.
En Nicaragua no ha habido revolución. Lo que hubo en Nicaragua en julio de 1979 fue solo un cambio violento de gobierno que, por desgracia, se llevó la vida de cientos de civiles que creyeron luchar por un ideal cuando le daban el poder a unos cuantos comandantes que se comportarían (y algunos siguen comportándose) igual de déspotas y de abusivos como lo fue Somoza.
Esa revolución nunca ha existido porque el sistema que instauró Somoza quedó intacto. Ese terrible sistema corrupto, intolerante y perseguidor quedó ahí solo agazapado esperando por los nuevos inquilinos que se cobijaron de nuevo con ese sistema abusador, egoísta y acumulador de la fortuna de la clase más desprotegida. Hoy, a treinta y tres años de esa tal revolución, veo que a pesar de todos estos años y gobiernos, ese viejo y podrido sistema corrupto se encuentra con muy buena salud.
Nada cambió en Nicaragua. De nada sirvieron esos años en que se hablaba de liberar al pueblo de la miseria, el analfabetismo y la desgracia, porque todo sigue igual. Somoza se fue, pero la enfermedad quedó y, al parecer, seguirá ahí otros cuarenta años.
El autor es periodista y escritor.
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