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Una de las condiciones que María Elia Guevara siempre pone cuando va a trabajar en un lugar es que se cumpla con las condiciones mínimas de seguridad. De lo contrario prefiere no aceptar el trabajo, asegura. LA PRENSA/ U. MOLINA

Mujer de martillo y alicate

A 37 kilómetros de Estelí se levanta Condega, un poblado agrícola. Allí la mayoría de las personas se dedican al cultivo de granos básicos, hortalizas, café, tabaco y en menor escala a la cría de ganado.

Por Eduardo Cruz

A 37 kilómetros de Estelí se levanta Condega, un poblado agrícola. Allí la mayoría de las personas se dedican al cultivo de granos básicos, hortalizas, café, tabaco y en menor escala a la cría de ganado.

Desde hace varios años que la agricultura no está dejando suficiente ganancia a los pequeños productores, quienes solo subsisten.

En esas condiciones se encontraba en 1997 el matrimonio conformado por el agricultor Roberto Medina y su esposa María Elia Guevara Centeno. Con cinco hijos, tres de ellos en edad para ir a la universidad y con una economía familiar que no era de lo mejor. En buen nicaragüense, “se las miraban” para sostener el hogar.

En silencio, María Elia pensaba en la manera de ayudar a su marido y principalmente en hacer algo para que sus hijos pudieran coronar sus estudios. Ser ama de casa no era algo que le molestara, pero quería trabajar en algo que le reportara dinero suficiente.

En un área periférica de Condega, había nacido un proyecto en el que le enseñaban carpintería y otros oficios a las mujeres. Le llamaban las mujeres constructoras. Cuando María Elia supo de este centro, no la pensó dos veces. Se metió a estudiar carpintería. A sus 44 años era la oportunidad que estaba necesitando.

La mayoría de las mujeres que se metían a estudiar carpintería en la Escuela Técnica de la Asociación de Mujeres Constructoras de Condega (AMCC), recibían las burlas y las críticas de sus vecinos y conocidos. “Marimacha”, era la ofensa común que recibían.

María Elia se caracteriza por ser una mujer seria, centrada. Tal vez por eso nunca la ofendieron por aprender carpintería. Y si alguna vez hablaron de ella, no le puso mente a esa barrera de la cultura, en la que solo los hombres pueden trabajar en oficios de la construcción. Para ella ese tipo de obstáculo no existían.

Lo difícil era levantarse todos los días a las 4:00 de la madrugada, preparar la comida de su esposo y de sus hijos, alistar a sus muchachos para que fueran a la escuela y después dirigirse al taller para aprender y practicar su oficio.

En la tarde, al regresar a su casa, continuaba en sus oficios domésticos, preparando la ropa para el día siguiente. Era una rutina bastante pesada. “Gracias a Dios las horas me alcanzaban”, dice.

Su esposo la apoyó en todo momento. Después de su jornada de agricultor, Roberto se hacía cargo de cuidar a los hijos, especialmente al menor, Axel, que en ese entonces tenía 5 años.

EL FORMÓN, EL ÚNICO ENEMIGO

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Aprender carpintería no fue difícil para María Elia. “Desde que yo entré (a la AMCC) vine a aprender, eso era lo que yo quería”, dice.

El serrucho lo ocupaba para cortar madera gruesa. El cepillo se le hacía fácil usarlo. Nunca se golpeó ningún dedo con el martillo.

¿Será que las mujeres son más cuidadosas que los hombres?, se le pregunta. “Podría ser. Sin una mano las mujeres nos vamos a ver feas”, responde María Elia con una sonrisa pícara.

Con lo único que tenía problemas, además de con una profesora que era prepotente, era con el formón. “Me lo pasé varias veces en la mano. Me cortaba siempre. Era mi enemigo por no tener cuidado”, explica. Con la profesora prepotente llegaron a ser buenas amigas, pero con el formón nunca llegó a ocurrir eso.

En vez de recibir las burlas de sus vecinas, estas más bien le pedían a María Elia que les ayudara a ingresar a la escuela de carpintería. Una de ellas era una mujer con bastante sobrepeso. No pudo soportar la faena de la carpintería pero no se rindió y terminó aprendiendo sastrería.

HIJOS PROFESIONALES

A la carpintería María Elia le ha “sacado el jugo”. Algo que siempre recuerda es que recién ocurrido el huracán Mitch, fabricó una gran cantidad de puertas y ventanas para las casitas que se hicieron para las personas que habían perdido sus hogares en la tragedia.

Cuando ya dominaba la carpintería, María Elia comenzó a aprender electricidad domiciliar. En su casa ella es quien le da mantenimiento al sistema eléctrico y también quien ha fabricado los muebles del hogar.

El haber aprendido ambos oficios se convirtió en una bendición para ella, dice María Elia. “No solo aprendí un oficio digno. También aprendí a quererme, a darme mi lugar en el hogar, porque una crece dando preferencia a su marido y no a sí misma”, expresa.

La vida para María Elia ha sido una jornada de lucha. Trabajaba como doméstica o niñera desde que estaba en quinto grado de primaria. En su familia ella era la número 7 de 12 hermanos y a sus padres se les hacía difícil mantenerlos a todos. “No me gustaba exigir nada a mis padres”, recuerda.

Sus sueños de llegar a ser una enfermera profesional se le fueron diluyendo a partir de que se casó, a los 21 años, y aunque rápido vinieron los hijos, no dejó de estudiar. Cuando estaba en tercer año de secundaria tuvo que dejar la escuela definitivamente. La situación económica y familiar la obligó a escoger entre dos opciones: estudiaba ella o estudiaban sus hijos. Ella prefirió darle prioridad al estudio de sus hijos.

El tiempo le ha dado la razón. De sus cinco hijos, cuatro ya son profesionales y el último está en ese camino. Haberse convertido en carpintera le dio buenos resultados, porque junto a su marido logró que el mayor, Roberto Carlos, de 36 años, hoy sea un ingeniero agropecuario; Liliana, de 33, sea profesora; Fabiola, de 30, enfermera, Luis Gabriel, de 23, ingeniero en sistema y Axel, de 20, ya está en cuarto año de secundaria.

A pesar de ello, María Elia siente que ya fue tarde cuando comenzó a aprender carpintería. “Siento que perdí el tiempo. Hubiera venido más antes”, lamenta.

De las últimas cosas que ha aprendido es a instalar paneles solares. La enviaron a Yalí, en Jinotega y allí se especializó en paneles solares. A su hijo Luis Gabriel, quien es ingeniero en sistema, le pide que la conecte con personas que necesitan instalar paneles solares, porque es algo que no es peligroso y le gusta.

“QUIERO SEGUIR TRABAJANDO”.

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En una casa de madera, aquejada por una enfermedad crónica, y ahora con 58 años, María Elia no pierde el entusiasmo por trabajar.

Con el paso de los años, ya no solo es carpintera y electricista, sino que también aprendió la sastrería. “Yo quiero seguir trabajando”, replica continuamente María Elia.

Felipa Neri González Ruiz, quien aprendió carpintería a la par de María Elia y ahora es directora del taller, ve en ella un ejemplo que deben seguir las mujeres jóvenes de Condega.

“En estas zonas rurales la mujer está acostumbrada a lo doméstico, pero es necesario que cambie ese rol”, dice González, quien revela lo difícil que es ver a una mujer inserta en labores que tradicionalmente han sido solo para hombres.

María Elia refuerza las palabras de su compañera: “No solo los hombres pueden, también podemos nosotras”, asegura.

“Yo quería sacar a mi familia adelante. Que mis hijos no pasaran tantas dificultades. Por eso estudié carpintería”, sigue diciendo María Elia, mientras voltea a ver las herramientas con las que pule la madera.

Condega seguirá siendo un poblado de agricultores, pero desde 1997 es el hogar de María Elia Guevara Centeno, la carpintera, la electricista, la sastre, la que instala paneles solares y que tiene cuatro hijos profesionales.

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La Prensa Domingo carpintería María Elia Guevara archivo

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