Entre los argumentos que se plantean a favor de que la oposición debe participar en las elecciones municipales de noviembre, está el de que el favorecido por la abstención opositora sería Daniel Ortega.
Prácticamente todos los opositores reconocen que no hay garantías electorales sino un ventajismo oficialista descarado y desmesurado; que son fundadas las previsiones de fraude; que el Consejo Supremo Electoral sigue manejado por una camarilla impostora y corrupta; y que “escrito en piedra” está que el orteguismo barrerá en esos comicios municipales. Sin embargo, peor sería para la democracia —y mejor para Ortega— abstenerse de participar en las elecciones y dejar que el orteguismo haga lo que quiera, sin ninguna oposición, protesta ni denuncia.
En realidad, la lucha por la democracia es multifacética y se debe librar en todos los escenarios donde sea posible, principalmente en los electorales, cívicos y no violentos. El campo de la lucha política electoral es una conquista de la democracia, no una concesión del orteguismo, y la oposición no lo debe abandonar por las trampas del régimen, pues con su ausencia voluntaria le ayudaría a Ortega a lograr su propósito de convertir las elecciones en un ritual totalitario, como son en Cuba comunista.
A propósito, no es solo con sus hechos gubernamentales sino también con sus propias palabras, que Daniel Ortega demuestra su rechazo a la existencia de una verdadera oposición y a la práctica política de unas elecciones libres y competitivas que puedan servir para volver a sacarlo del poder. El 21 de abril de 2009, Ortega expresó con brutal franqueza totalitaria en la televisión estatal de Cuba —la única que existe y se permite en ese país totalitario que sigue siendo un modelo para el dictador nicaragüense—, su rechazo a los partidos políticos porque según él propician la división. Aseguró Ortega en aquella ocasión que “el pluripartidismo no es más que una manera de desintegrar a la nación, de dividir a nuestros pueblos”, y sostuvo, sin ruborizarse siquiera, que “en Cuba (sí) hay democracia, una democracia en la que no se divide al pueblo…” .
Muchas otras barbaridades totalitarias dijo Daniel Ortega en aquella comparecencia ante la TV de Cuba, país donde impera el sistema de partido único, están prohibidos los partidos de oposición y se penaliza como criminales a los opositores que desafían a la dictadura a riesgo de ser asesinados, o de morir en sospechosos “accidentes” como Oswaldo Payá el domingo pasado.
Sin duda que Daniel Ortega sigue aspirando a convertir Nicaragua en otra Cuba. La verdad es que si todavía hay oposición en el país es porque no ha podido liquidarla o no la puede eliminar por ahora. Y sería una estupidez política de la oposición ayudarle a Ortega a conseguir sus propósitos totalitarios, renunciando a utilizar los reducidos y precarios espacios de participación política independiente que aún queda en el país; los cuales más bien hay que aprovecharlos al máximo, en el esfuerzo por crear las condiciones necesarias para las grandes batallas por la libertad y la democracia que se deberán librar en el futuro.
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