Hoy se conmemora el 25 aniversario de los Acuerdos de Esquipulas II, suscritos el 7 de agosto de 1987 por los presidentes de los países de América Central incluyendo a Daniel Ortega, de Nicaragua.
Todos los presidentes de aquel entonces: Vinicio Cerezo, de Guatemala; Roberto Azcona, de Honduras, Napoleón Duarte, de El Salvador; y Oscar Arias, de Costa Rica, están fuera del poder desde hace mucho tiempo. Uno de ellos, Napoleón Duarte, incluso ya falleció. 25 años después solo Ortega sigue detentando la presidencia de Nicaragua, en la cual se ha impuesto violando la Constitución que prohíbe expresamente la reelección presidencial en períodos consecutivos y el ejercicio del cargo por más de dos veces.
Pero Daniel Ortega irrespeta también los Acuerdos de Esquipulas II, cuyos mandatos sobre Democratización y Elecciones Libres no eran solo para aquel momento sino de carácter permanente, porque son indispensables para el mantenimiento de la paz basada en la libertad, la justicia y la democracia, la cual requiere el cambio periódico de los gobernantes por medio de elecciones justas y limpias.
Por no respetar este precepto básico de los compromisos de Esquipulas, Ortega debería ser sancionado por los gobiernos democráticos de Centroamérica. Ninguno de ellos debería venir a Nicaragua para celebrar con Ortega el aniversario de los Acuerdos de Esquipulas II, con festejos que incluyen una Cumbre Centroamericana convocada y presidida por quien ha pervertido el sistema electoral de Nicaragua y atropella el derecho de los nicaragüenses a votar y elegir en elecciones justas y limpias. Lo que deberían hacer los gobernantes centroamericanos es emplazar a Ortega para que cumpla los compromisos de 1987 que él mismo firmó, en vez de hacerle el juego participando en celebraciones presididas por el violador de tales acuerdos.
Otro de los Acuerdos de Esquipulas II es “realizar en aquellos casos donde se han producido profundas divisiones dentro de la sociedad, acciones de reconciliación nacional que permitan la participación popular con garantía plena, en auténticos procesos políticos de carácter democrático, sobre bases de justicia, libertad y democracia y para tal efecto crear los mecanismos que permitan de acuerdo con la ley, el diálogo con los grupos opositores ”.
En Nicaragua, Daniel Ortega ha vuelto a provocar una profunda división en la sociedad, la cual, como ocurrió en los años ochenta puede llevar otra vez al país al despeñadero de la violencia. De allí que los expresidentes suscriptores de los Acuerdos de Esquipulas II y los actuales mandatarios centroamericanos que heredaron la responsabilidad de velar por su cumplimiento, deberían exigirle a Ortega que cumpla lo que firmó y que permita al pueblo nicaragüense volver a abrir el camino hacia la recuperación de la libertad y la democracia por medio de elecciones libres y limpias.
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