Por: Amalia del Cid
Este es solo un ensayo. Una probadita. Ideal para usted, que más de una vez se ha preguntado en qué consiste ese paraíso al que se supone van los bienaventurados. Tendrá una idea más clara después de visitar el Mariposario del Zoológico Nacional.
Verá crisálidas y mariposas que parecieran ser de cristal pulido. Casi transparentes, como bordadas con hilitos de oro. Verá insectos (¡quién diría que son insectos!) de grandes alas azules y monarcas del color del Sol. Verá, también, mariposas cebra y mariposas búho, esas a las que injustamente se les ha nombrado símbolo de malos presagios.
¡Qué va! Aquí en el Mariposario no cabe la mala suerte. En cada rincón está la naturaleza, siempre vibrante y en constante metamorfosis. De huevo a oruga, de oruga a capullo, de capullo a milagro.
Catorce especies de mariposas. De clima cálido y de bosque húmedo. Diurnas y nocturnas. Cientos de chispitas rojas, azules, celestes, doradas y blancas revolotean por un jardín con puente y riachuelo; y de pronto… sin avisar, se posan en la cabeza, el brazo o el hombro del visitante.
Son dos etapas. Esta, la de los lepidópteros (que es el nombre científico de las mariposas) y aquella, la de orquídeas, colibríes, chichiltotes, semilleros y pájaros mieleros. Un espectáculo animado por el sonido y la brisa de una cascadita artificial.
Al Mariposario puede ir en familia, grupo o pareja. Como usted lo decida. Al llegar, sentirá que entró a un sueño. O a un paraíso… Pero aquí acaba el ensayo. Ahora vaya y vívalo en carne propia.
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