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¡Compadre, échese otra!

El cliente decidió que nadie debía saber su nombre. Y, de todas formas, el mariachi no hizo demasiadas preguntas. A los clientes siempre hay que complacerlos, no vaya a ser que no vuelvan a solicitar un servicio. Así que fueron guitarra, vihuela, trompeta y voces rumbo a la zona del Zumen, en la Managua de los años noventa, para tocar una serenata.

Por Amalia del Cid

El cliente decidió que nadie debía saber su nombre. Y, de todas formas, el mariachi no hizo demasiadas preguntas. A los clientes siempre hay que complacerlos, no vaya a ser que no vuelvan a solicitar un servicio. Así que fueron guitarra, vihuela, trompeta y voces rumbo a la zona del Zumen, en la Managua de los años noventa, para tocar una serenata.

Sonó Amorcito corazón y le siguieron otras dos canciones, cada una más lastimera que la anterior. A la cuarta un hombre alto y fortachón abrió la puerta de la casa.

—¡Un momento! ¿Quién manda esto? —bramó.

—Señor, disculpe, pero a nosotros nos mandaron aquí, por teléfono —respondió un músico.

—¡Ya no sigan tocando!

—No… déjenos —se atrevió a decir otro.

—Me van a decir quién los mandó. ¡Ya voy a sacar la pistola! (Alzó una 38 y disparó dos veces) ¡A mi mujer nadie le manda serenatas, solo yo!

Y mientras emprendían la retirada, los mariachis todavía alcanzaron a oír: “¡Váyanse de aquí, hijos de puta, antes de que los balee!”, recuerda Pedro José Urbina, quien esta noche cuenta la anécdota y ríe.

Sus colegas han hecho una rueda y lo escuchan atentamente. Hoy los “chivos” (encargos y contratos) están escasos y sobran horas para platicar de los viejos tiempos, de cómo va el negocio y qué tal la vida ajena. Esta es la rotonda de Bello Horizonte, la principal plaza de mariachis de la capital, donde diariamente se reúnen 17 grupos, entre mariachis, tríos y combos.

Alrededor de un centenar de músicos trabajan en esta rotonda, entre ellos algunos de los que tocaron en los primeros mariachis de Nicaragua. Incluso con el de Francisco “Pancho” López, el matagalpino pionero de los mariachis en nuestro país, que en 1965 (hay quienes dicen que fue en 1960) apareció con un grupo conformado por salvadoreños.

Después de ese primer mariachi se formaron el Norteño, el Cocibolca, el Managua y el Nicaraguano, enumera Franklin Moreno, director del Mariachi Garibaldi, fundado en 1990. Pancho López murió en enero del 2010, a los 89 años, pero su herencia son los 500 mariachis que según Moreno se estima hay en el país.

Aquí está José Ramón Silva, vestido de azul celeste. Tocó con los primeros charros nicaragüenses, cuando estaba de moda El son de la negra y un músico ganaba 30 córdobas por serenata y 20 por una hora de canciones. Hoy lo hace en Bello Horizonte, donde un grupo de seis cobra 500 córdobas por seis piezas, 1,800 por una hora de música y 1,300 por la serenata.

José Ramón es profesor en el Palacio Nacional de la Cultura. Da clases de trompeta y entre sus estudiantes está Jordan Morgan, un quinceañero de carita redonda, que ya va en tercer año de la carrera y también trabaja en la rotonda.

Las generaciones tocan mano a mano en esta plaza, sobre todo cuando el día está pobre de contratos y conforman “revueltas”, mezclando integrantes de distintos grupos para ofrecer canciones a quienes visitan los bares y restaurantes amanezqueros de la zona.

Del Norte vienen

En la ronda de mariachis se habla de las desventuras que a veces les toca vivir. Sí, más de alguna vez los han corrido a balazos. “Pero también nos han tirado panas con orines”, apunta Oscar García, quien pertenece al Mariachi Variedades. “Y nos piden canciones para caballos”, agrega Humberto Jarquín, de Los Llaneros. Aquel es de León; este, de Muelle de los Bueyes. Pero la mayoría de los mariachis nicaragüenses nació en el Norte. Vienen, sobre todo, de Jinotega, Matagalpa, Estelí y Nueva Segovia. Se trasladaron a Managua entre 1960 y 1990, en busca de mejor vida y mejor público.

¿Qué hace que en el Norte haya tanto talento charro? ¿Cómo se explica el fenómeno? “Nada, eso se trae en la sangre”, señala Francisco Pineda, del Mariachi Xolotlán. Y Víctor Aguilar Mairena, de El Diamante del Norte, explica que por esas latitudes de Nicaragua los niños se crían entre ganado, guitarra y acordeón, por lo que es natural que le vayan cogiendo gusto a la música ranchera.

Sin embargo, el buen mariachi no solo debe dominar ese tipo de música, también tiene que saber tocar pasos dobles, polcas, sones y música clásica. Por algo las orquestas sinfónicas a veces son acompañadas por rondallas de mariachis.

No lleva menos esfuerzo tocar con un mariachi que hacerlo en la sala mayor del Teatro Nacional, afirma el veterano José Ramón.

Será por eso que hace una semana el mariachi mexicano fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).

“Es que los mariachis nos movilizamos con facilidad. Tocamos y cantamos con o sin electricidad, llueva o no llueva, al aire libre o bajo techo”, dice, orgulloso, Franklin Moreno, del Garibaldi.

Canciones e historias

Los clientes piden canciones para caballos… y se las dedican a las novias. Cascos ligeros , de Vicente Fernández, parece ser de las preferidas. “Quise tratarte, como gente y no te gusta. Quieres vivir como potranca desbocada, puedes largarte, la verdad ya no me asusta…”. Y así sigue… “pero a la gente le gustan esas canciones. Una vez pusimos una (serenata) solo de caballos. Salió el suegro y le preguntó al muchacho que si su hija era yegua”, recuerda Humberto, el que viene de Muelle de los Bueyes.

Les solicitan música para enamorados, para enemistados, para parejas en contienda, para despecho y desamor. Una noche llegó un joven y contrató a un grupo para que cantara la serenata más ofensiva que estuviera a su alcance.

Como no podía ser de otra manera, los músicos arrancaron con Rata de dos patas , de Paquita la del Barrio. La muchacha “homenajeada” no puso atención a la letra, por eso salió de su casa, conmovida, y llenó de besos al amante. Pedro José ríe. Hay que ver los líos amorosos que tienen que presenciar los mariachis.

A la buena de Dios

Entre sones y rancheras, en la rotonda sobreviven albañiles, choferes, comerciantes, cocineros, profesores, abogados y contadores. Muchos son profesionales; sin embargo, a la hora de elegir ocupación, la música les ganó la batalla.

Alimentan y visten a sus hijos de lo que sacan en el día. Y hay días en que nada ganan. No tienen seguro médico ni seguro social ni un sindicato que al menos les garantice el ataúd, asegura Jaime Esquivel, del Combo Nicarao. Visitan al doctor hasta que ya no hay remedio para sus males y a algunos se los han llevado de la rotonda al hospital.

“Pinol” murió de un derrame cerebral. El trompetista Noel Miranda y el violinista Armando Valle también partieron de este mundo sin que alguien les tendiera la mano. Ahora José Reyes, que tocaba el acordeón en el Mariachi Águila, poco a poco se está esfumando de la rotonda. Tiene diabetes, cuenta su esposa Emma Gómez. Ella, como muchas otras compañeras de charros, vive en un cuartito alquilado.

José Reyes había dejado de tomar licor, pero ya volvió a las andadas. Por la naturaleza de su trabajo, los mariachis se mantienen en la cuerda floja, siempre próximos a caer en vicios. “Hay algunos que solo trabajan para tomar guaro”, lamenta Oscar García, del Variedades.

Un día cualquiera

Existe algo que solo los mariachis entienden. Se llama “turno de primer lugar”. Y aunque a simple vista parezca sencillo, no lo es. Se trata de un rol con 17 turnos, los grupos rotan y el que está de primero en la lista tiene derecho a controlar la principal línea de los restaurantes. Si alguien viola esa regla, habrá problemas.

Por eso un hombre vestido de charro pasa dando palmadas frente a los vehículos estacionados de los clientes. Y grita: ¡Desalojen, desalojen! Su mariachi está en primer lugar y no quiere moros en la costa.

En cuanto consiga un contrato, cuando llegue un cliente trasnochado en busca de buena música, su grupo tomará guitarras, vihuelas, acordeón, trompetas y en un dos por tres desaparecerá tras la puerta de un microbús.

El siguiente mariachi tomará el primer lugar.

En un rato serán las 11:00 de la noche. No ha sido un buen día. Ya se ven caras largas, moños desarreglados y pelos alborotados.

En los alambres eléctricos del sector dormitan, apiñados, miles de pajaritos. Por alguna razón, hace años decidieron quedarse a vivir cerca de la rotonda de Bello Horizonte. Los mariachis se guiñan un ojo. Ellos mejor que nadie conocen los gustos musicales de las golondrinas.

La Prensa Domingo cliente Compadre mariachis archivo

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