Eugenio Esteban Tórrez
Una calurosa noche de invierno caminando por una cascada calle de Managua llegué a un asentamiento. Y acercándome a una de las casuchas un olor pestilente, una blasfemia me arrancó.
De repente dentro del hermético antro una tenue luz se filtró por los diminutos e infinitos agujeros surrealistas de metal y cartón, y una pueril voz desde adentro me gritó: “¿Qué te querés robar h…? Si buscás el perro ya lo comimos. Aquí lo único que te podés llevar es un pedazo de m.. y un vaso de orín”. —Terminó diciendo y escuchándose, de un fuerte soplido la luz se apagó.
Yo, con paso sigiloso me alejé de aquel deplorable lugar. Y muy cerca ahí, me detuve a descansar mi libación debajo de una acacia. Hasta que la luz crepuscular del amanecer al tocar mis sienes me despertó hecho un garabato indeleble. Y de inmediato pude ver salir de la casa al ángel pobre que yo anoche percibía en mi cacería de impresiones metafísicas.
Y que ahora era un melifluo adefesio de plumas, una beldad de miseria. Me acerqué a ella para saludarla para decirle que la adoraba, que pero ella al verme desapareció en el lupanar: La casa Yo, cabizbajo y melancólico, me fui al bar de la esquina muy consternado por la divina aparición, pensé como Rilke de que “un ángel es terrible ”
Porque un ángel es un saber trágico, que con el tiempo se te transforma o en la metempsicosis de La Beatriz de Dante o en el Fausto de Goethe, porque, un ángel es un misterio que se teje y desteje día a día, en las manos de la filigrana de Penélope o en el huso del corazón del escritor.
Porque un ángel es un misterio como el de La casa de la creación.
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