Roy Moncada
Salvadora Saravia vive en una vieja casa de madera; techo agujereado, sin ventanas y con recurrentes inundaciones en invierno. Es muy pobre en su maltrecha morada, pese a su nuevo estatus de “clase media”.
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Su barrio, un antiguo asentamiento de pobreza extrema que alguna vez fue un basurero de los residenciales de la Managua de los años sesenta y setenta, fue asombrosamente clasificado por la Alcaldía de Managua en su Tabla de Impuestos sobre Bienes Inmuebles (IBI) 2012-2013 como “clase media”.
La pobreza de Saravia no es la única en el barrio que oficialmente se llama José Isaías Gómez, el primer proyecto de vivienda social de la Revolución en 1980, en el Distrito Uno. Aquí otras mujeres sobreviven de lavado y planchado, de pequeñas pulperías y negocios informales, de venta de frijoles cocidos, tortillas, leña, helados y hielo.
La gente de este lugar soluciona a como puede, incluso con la venta de droga, expendios que han subido como la espuma en sus callejones, contrario a la asistencia de la niñez al único colegio que existe y que tiene la mejor infraestructura del lugar, el República de Italia.
“No estamos legalizados con el agua y la luz, estamos pegados, porque la venta de tortillas no nos da para pagar, solo para comer las 14 personas que vivimos”, compartió Miriam Saravia, hija de doña Salvadora, quien lava ajeno para sobrevivir.
El panorama de pobreza del barrio es parecido a los niveles de delincuencia que lo asedian: aunque está ubicado cercano a Altamira D’Este, una zona comercial de Managua, es zona de peligro en los planes policiales.
El “centro de salud” local es menos que modesto, el alumbrado público es escaso y los asaltos en sus callejones y áreas verdes no le hacen honor al nuevo estrato asignado.
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