En una mañana caliente como un horno, doña María Elena Pérez vino a pedirle un marido a la Virgen de Cuapa. “Pero me da pena”, confiesa bajito, porque tiene ocho hijos y setenta años de edad. Si bien ella prefiere decir: “Me faltan 30 para los 100”.
Después se presentó los días 8 de junio, julio y septiembre. Y el 13 de octubre.
El único que la vio fue el sastre Bernardo Martínez, quien recibió el mensaje: “Hagan la paz ustedes, no se contenten con pedirla. Si ustedes no la hacen, no habrá paz”.
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Padre Jairo Mejía, párroco de Cuapa y rector del Santuario
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Sin embargo, sabe que no es momento para andar con vergüenzas. Su viudez ya cumplió 30 años, los hijos están grandes y alguien debe cuidar “la parcela” de cien manzanas que dice tener en San Isidro, Nueva Guinea. Sola no puede.
Por eso este sábado 13 de octubre vino a Cuapa, Chontales, para celebrar el aniversario 32 de la última de las apariciones de la Virgen y de paso solicitarle que le conceda el milagro de poderse casar con un cuapeño.
Aquí mismo, en la colina del Santuario, están los hombres y las mujeres de Cuapa, mezclados con peregrinos oriundos de Nueva Segovia, Estelí, Rivas, Boaco, Chinandega, Masaya, Managua, Costa Rica y Estados Unidos.
A las 11:20 de la mañana, comienza la misa, presidida por el vicario de la Diócesis de Juigalpa, Marvin Guillén, quien en su mensaje habla del amor, la conciencia, la sabiduría y las cercanas elecciones municipales.
El sol cae dando mil pequeños latigazos. Aun así los campesinos se han quitado el sombrero y escuchan el sermón en silencio.
César Ortega, quien siembra maíz en la comarca cuapeña de El Pintor, está agradecido con la Virgen. Asegura que lo sanó del desvelo. “Tres años sin dormir llevaba”.
Modesta Dávila y Paula Obando, ambas de 60 años, también tienen milagros que agradecer. A una la Virgen la curó de la tos y a la otra de una “pelota” en la cadera.
Todo lo dejan en manos de la Virgen de Cuapa. Hasta los dolores de cabeza. Doña María Elena incluso le está confiando su futuro. “Si es su voluntad, yo me voy a casar”, susurra. Se abanica con una mano y desaparece entre el gentío.
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