Amalia del Cid
Jessenia Morales cambió los cuadernos por los pañales cuando tenía 16 años de edad y cursaba segundo año de secundaria.
Hoy, en la madurez de sus 34 años, está de nuevo en las aulas, a poco de bachillerarse. Dice que esta es su forma de demostrar que “nunca es tarde” y de darle a sus tres hijos el ejemplo para que “jamás se den por vencidos”.
Lo cierto es que también estaba cansada de pegar mangas en una Zona Franca, ganando 13 córdobas por un paquete de 60 camisas, confiesa. Y comprendió que si quería un “empleo digno y descansado”, debía conseguir un título de bachiller.
Sin embargo, la secundaria, en general cuenta con poco presupuesto y es considerada la cenicienta del sistema educativo de Nicaragua.
Es la que menos presupuesto recibe (unos 968 millones de córdobas anuales). También la que menos alumnos tiene (cerca de medio millón), ya que la mayoría deserta antes de culminar el año escolar, según cifras del Ministerio de Educación (Mined).
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Así que los domingos, mientras buena parte de Managua descansa, ella va a clases. Estudia en el colegio capitalino Gabriela Mistral, bajo una modalidad que el Gobierno ha llamado “Programa Sandino II”. Se supone que en dos años aprende lo que un estudiante de secundaria regular (de lunes a viernes) aprende en cinco. “Vemos tres clases en seis meses”, señala.
Con ella se graduará Sobeyda Jiménez, una estilista oriunda de San Benito. Tiene 29 años y dejó de estudiar hace 12, cuando quedó embarazada de su primer hijo.
En Nicaragua, el 27 por ciento de las nicaragüenses entre 15 y 19 años son madres, según estudios de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
DIPLOMA DE ADORNO
En el colegio Maestro Gabriel, en Managua, ya se preparan para la graduación de quinto año de secundaria. Los estudiantes reciben instrucciones en un auditorio donde hay 28 afiches con la cara de Daniel Ortega Saavedra y cinco banderas de Nicaragua.
El año que viene podrán estar ahí Silvestre Torrealba y Yahaira López, que por ahora se concentran en pasar el cuarto año de la secundaria dominical.
Yahaira tiene 18 años; su hijo, dos. Ella también había dejado de estudiar por causa de un embarazo prematuro. “La mayoría (de sus compañeros) tiene hijos. Y varios trabajan en zonas francas”, cuenta.
Aunque pronto saldrá del colegio, todavía no sabe qué estudiará en la universidad. Menos aún Silvestre, que por ahora trabaja como eléctrico y asegura, medio en broma, medio en serio, que solo quiere el diploma para enmarcarlo.
Pareciera que los estudiantes estuvieran en receso. Pero no. “Yo estoy en clase de inglés”, dice José Cruz, un chavalo de 18 años quien come tajadas con queso en un corredor.
“Es que en la secundaria dominical se trata a los alumnos como si estuvieran en la universidad, como adultos”, explica José, quien dos veces intentó aprobar el tercer año de secundaria. Lo logró hasta que entró a la modalidad dominical.
En algunos trabajos lo primero que te piden es tu diploma de bachiller si querés aspirar a un puesto. Yo voy a seguir estudiando. Mi sueño es estudiar Farmacia”.
Jessenia Morales, estudiante de secundaria dominical.
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