Wendy Álvarez Hidalgo
Y a no quería ser empleada. En 2007 Lidia Núñez Mendoza quedó sin trabajo. Ella es ingeniera química y durante varios años trabajó en empresas cerveceras y farmacéuticas. Al quedar sin empleo Lidia se preguntó, ¿qué podía hacer para dejar de ser empleada y aportar un granito a la economía del país? Exploró el mercado nacional, vio que se vendía y no se producía. Qué era lo más popular y dónde había mayor oportunidad para emprender un negocio.
En ese proceso de exploración, Lidia se encontró con una realidad: las frutas tropicales no solo sirven para comerse en el desayuno, como aperitivo en el almuerzo o merienda por la tarde, también se pueden transformar en vino, con un nivel de calidad igual al vino hecho a base de uvas. Se fue al mercado, compró papaya, marañón, mandarina, piña, coyolito, mangos, naranja, maracuyá o calala, flor de jamaica y noni. Así comenzó la aventura.
Se empapó a través de la internet sobre las experiencias que existen en países europeos donde se usan frutas de clima frío para fabricar vinos. Luego adaptó esas fórmulas al clima tropical y empezó a hacer ensayos con las frutas nicaragüenses.
EL COMIENZO
Con dos personas y con un capital de 11 mil córdobas Lidia comenzó el negocio. Tras varios días de mezcla de sabores, medición de costos, tiempo de fermentación, en 2008 esta emprendedora logró perfeccionar tres tipos de vinos: de noni con flor de jamaica, de maracuyá y de flor de jamaica.
Ella cuenta que no es fácil encontrar los proveedores de botellas, corchos, cápsulas, las levaduras que usa en el proceso, preservantes y otros. “Nada de eso hay acá, todo se tiene que importar incluida la maquinaria que se usa en el laboratorio”, afirma.
Explica que no tiene dificultades, por ejemplo, con la materia prima, es decir con las frutas, porque conoce bien las temporadas de siembra y cosecha de la flor de jamaica, el noni y la calala o maracuyá; eso le permite asegurarse la compra de los productos.
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Estudió el tiempo de vida de las frutas, cuidó la inocuidad del producto, analizó el componente de cada producto. Los vinos tintos (flor de jamaica y noni con flor de jamaica) tienen un grado de alcohol de 10 y 11.5 por ciento, respectivamente, en tanto el vino blanco (maracuyá) tiene un nivel etílico de 14 por ciento.
“En Nicaragua se desaprovechan las frutas, no tenemos industria vinícola que le dé transformación a los productos primarios. Por eso para aportar a la economía y darle algo nuevo a este país decidí dedicarme a la producción de vinos”, comenta la emprendedora.
Lidia maneja muy bien el proceso de transformación de las frutas. Explica que a diferencia del vino de uva, que es rico en tanino, las frutas no requieren de mucho tiempo de fermentación porque carecen de un alto nivel de tanino. En su bodega, la emprendedora tiene vinos de hasta seis años de añejamiento y hasta ahora no han perdido las características fisicoquímicas y orgánica de la fruta.
“Las frutas son bien delicadas y no pueden sufrir ningún cambio en el proceso de transformación”, sostiene. Y añade: “Un buen vino de fruta es aquel que conserva las características fisicoquímico de las frutas y organolépticas: su color, sabor y olor”.
CÓMO ENTRAR AL MERCADO
Al igual que cualquier otro emprendedor, Lidia también entró en duda sobre cómo encontrar ese nicho de mercado que consuma vino de frutas, en un país donde existe poca cultura de bebida de vino. Entonces, ¿cómo lo hizo? Entró a un programa de la Unión Europea (UE) donde recibió capacitación y en 2008 conoció sobre la feria ExpoApen, se inscribió y llevó 40 botellas. Todas se vendieron.
De esta manera, Lidia dice que sus vinos han viajado al exterior. Han sido comprados por extranjeros que con solo probar una copa han optado por llevarse varias botellas, hasta el punto que pasó de producir 130 botellas al año a 2,000 botellas. Es por eso que ha tenido que contratar a más personas y hoy emplea de cinco, sin incluir a sus padres, quienes también la apoyan con el negocio.
“A medida que va pasando el tiempo y voy participando en ferias, voy incrementando mi producción y voy creciendo poco a poco”, sostiene. Por ahora esta emprendedora no tiene una empresa montada, aunque sí está registrada oficialmente. Los laboratorios los tiene en varios cuartos de su casa, donde están acondicionados con equipos, sistema de inocuidad y áreas de almacenajes. Son espacios pequeños, pero repletos de proyectos y sueños que Lidia espera a corto plazo hacer realidad.
Quiere en el mediano plazo conseguir la certificación de Producción Más Limpia y de Buenas Prácticas. Ella cuenta con código de barra, registro sanitario y marca: Vinos San Jacinto. El mercado internacional le entusiasma, pero reconoce que por ahora le es imposible dar ese salto, al menos mientras no incremente su producción y haga la inversión que pretende realizar en los próximos meses.
Lidia dice que por ahora está negociando con algunos supermercados para que ofrezcan sus productos.
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