Por si algunos, moros o cristianos, tenían alguna duda sobre la vocación arbitraria del régimen frentista que encabeza la familia Ortega-Murillo, ahí tienen la mejor muestra en lo ocurrido el pasado 4 de noviembre, cuando —tal como lo pronosticamos— se produjo la tercera farsa electoral consecutiva que ellos promueven, contra viento y marea, en su afán perverso de perpetuarse en el poder en Nicaragua.
Basados en la magia de las comunicaciones modernas y como siempre, interesados en lo que ocurre en nuestro país, desde tempranas horas de la mañana de ese infausto día, fuimos observando paso a paso el desarrollo de los acontecimientos. Y ¡oh maravilla! Lo que percibimos parecía el compendio hecho realidad de la célebre obra del Premio Nobel 1998, José Saramago, en su Ensayo sobre la lucidez , en la que en unas elecciones municipales, idénticas a las de Nicaragua, lo primero que se nota son las mesas vacías huérfanas de electores y luego al finalizar la tarde la llegada de algunos ciudadanos que ante el asombro del Tribunal Electoral, terminan en su vasta mayoría votando en blanco como repudio a la farsa para la cual fueron convocados. Luego viene la represión abierta o solapada y todo lo demás que antes practicaba el dictador Somoza y hoy lo hace su clon, el dictador Ortega.
Como consecuencia lógica de este proceder anacrónico debemos anotar que hay sangre derramada, que el prestigio de nuestro país está por los suelos y que ya es hora de que los nicaragüenses nos despertemos a la amarga realidad que estamos viviendo. Porque no es justo que personas humildes como Evaristo Luna Alfaro, José Miguel López, José Vidal Obando y otros tantos más, estén siendo asesinados impunemente, dejando viudas y huérfanos, todo por el empecinamiento de la camarilla gobernante que en su desmedido afán de poder y riqueza, no les importa el daño inconmensurable que le están causando a nuestra querida Nicaragua. Mientras la miseria golpea el estómago de miles de compatriotas por falta de trabajo y consecuentemente de pan y de un techo digno para vivir, ahora resulta, igual que ayer, que la familia Ortega-Murillo es una de las más ricas de Centroamérica. El enriquecimiento de esa familia es obsceno para el grado de pobreza en que se desenvuelve la gran mayoría de los nicaragüenses.
Es entonces, cuando nosotros nos preguntamos: ¿Quo Vadis, Nicaragua?
La pretensión continuista de la familia Ortega-Murillo es un mal que debemos extirpar desde su raíz, cuanto antes mejor, porque no puede ser que prevalezca la loca ambición de unos pocos ante los supremos intereses de la nación. Si el despotismo imperante arraiga en nuestra patria, quien pierde es Nicaragua, porque nada ganamos los nicaragüenses con tener gobernando a unos potentados sin escrúpulos mientras miles de compatriotas luchan por sobrevivir en las mefíticas aguas de la desesperación y la pobreza. Así es que en la Nicaragua actual casi todos estamos perdiendo:
Pierden los empresarios dentro o fuera del Cosep porque no cuentan con la seguridad jurídica que les garantiza un Estado de Derecho.
Pierden los obreros que no tienen un empleo asegurado y quienes lo tienen, porque no cuentan con auténticos sindicatos que los defiendan de la voracidad patronal.
Pierden los campesinos porque no existe una Reforma Agraria que les asegure tierras, créditos bancarios y asistencia técnica.
Pierden los adultos mayores porque no pueden aspirar a una pensión digna y decorosa.
Pierden los partidos políticos no oficialistas porque mediante el chantaje de la pérdida de la personalidad jurídica si no participan en las farsas electorales son obligados a ser parte de la corrupción.
Pierden el Ejército y la Policía Nacional, porque al uncir su destino al carro de la dictadura del FSLN, pierden lo que habían ganado en respeto ciudadano y en institucionalidad, abriendo así el tortuoso camino de tener que desaparecer como le ocurrió a la fenecida Guardia Nacional en el pasado.
Ante todo este panorama sombrío es obvio que el FSLN y la familia Ortega-Murillo, que lo dirigen, van por el camino equivocado y que Nicaragua necesita urgentemente un cambio de timón que enrumbe definitivamente a nuestra patria por los caminos de la justicia, el progreso y la libertad.
El autor es Secretario General de la Asociación de Nicaragüenses en el Extranjero (ANE)
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