A Fermina
Te desnudas y descalzas
y la noche es una balsa traviesa
que nos arrastra por mares lejanos y diestras aventuras
cuando cae tu vestido a la torre de tus pies
es una nube la que se desploma
dejando descubierta la anchura del universo y sus cielos.
Mis manos, recluidas en tu piel y en la brecha de tus gemidos
recogen mariposas que brotan de la hondura de tu carne,
trémula, húmeda y henchida
como un océano encrespado y arisco a punto de estallar.
Caen los besos de tus costillas a mi piel
y tus caricias abarrotan mi cuerpo como una tierra cubierta
por la primavera.
Llego hasta vos y te tomo por completo como a la copa el vino
y me envuelves en tus manos que me lo dan todo
y me doman tus caricias como a una fruta colgada en los
vientos de abril.
El aire ahora es nuestro, como el agua que sorbemos entre beso
y ansias.
Como nuestras sábanas empapadas y testimoniales de este
perfecto crimen.
En el que hemos acribillado la desolación, el tedio y la
ponzoñosa aguja del vacío.
Afuera, se han apagado las luces, las discotecas duermen
los semáforos en pausa y en la montaña
un enjambre de abejas prendido a la inmensidad de la noche
aligera su dulce maquinaria de miel,
aquí en la habitación nuestros cuerpos yacen indisolubles a la
entrega total
libres y rebosantes a la orgásmica tentativa del deseo,
muerdo tus senos y no me canso de comer naranjas, zapotes o
frescas guayabasa
travieso el radio de tu ombligo y soy un astronauta poblando
paraísos lunares
me lo dicen tus ojos mientras
acomodas tu
sangre en mi sangrela escultura vertebral de tu avidez sobre mi sexo
e inicias, mi hembra pura, mi diosa con nombre, mi loca
gloriosa y mi digna amante,
la ardiente cabalgata de nuestro encuentro
ahora que la noche es balsa traviesa que nos arrastra y devora
sin fin y sin tiempo.
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