Mercedes Bermejo
La fascinación que causó en Gabriel García Márquez tocar por vez primera la nieve, la incomodidad de la fama al convertirse en un autor de éxito o los desvelos que le causó Cien años de soledad son revelados en Gabo. Cartas y recuerdos , una obra hilvanada por Plinio Apuleyo desde la atalaya de amigo íntimo.
Apuleyo Mendoza (Tunja, Colombia, 1932) se presenta sin dilación como un “viejo amigo” del premio Nobel, de los que “leían sus manuscritos” antes de que el autor de La hojarasca alcanzase el éxito.
El libro presentado, que tuvo una edición anterior en 2002 pero sin las 11 misivas, incluye una colección de fotografías y en una de ellas Gabo aparece junto con Mario Vargas Llosa, José Donoso y sus respectivas mujeres, en Barcelona.
Una instantánea irrepetible, porque Apuleyo cree que “es tarde” para sellar de nuevo una amistad que, además, duda de que hubiera podido “perdurar” por las diferentes posiciones políticas de Vargas Llosa y García Márquez.
Apuleyo —quien también publicó El olor de la guayaba , donde recoge sus conversaciones con el Nobel colombiano— confiesa no saber a ciencia cierta el estado de salud de Gabo, con quien no habla desde hace dos años.
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Gabo. Cartas y recuerdos , publicado por Ediciones B en España y Latinoamérica, traza un “perfil muy humano” del célebre escritor, a quien Apuleyo Mendoza conoció a finales de la década de 1940 en un café de Bogotá siendo dos jóvenes aspirantes a periodistas; Gabo solo tenía 20 años, Plinio cuatro o cinco menos.
Sin embargo, sería París la ciudad en la que se forjaría su amistad, en los años cincuenta. En la capital francesa volvieron a encontrarse para vivir como amigos una similar aventura en buhardillas, bares y cafés del Barrio Latino.
“Nuestra amistad nació, tres días después de llegar García Márquez a París, cuando le invité a cenar y al salir del restaurante vio el Boulevard Saint-Michel cubierto de nieve”, recuerda Apuleyo Mendoza, quien sonríe al evocar la cara “estática y fascinada” del premio Nobel al ver aquel “espectáculo de sueño”.
Plinio Apuleyo evoca como en aquella época García Márquez, quien fue cesado como corresponsal del diario colombiano El Espectador en París, comenzó a “pasar hambre” mientras escribía El coronel no tiene quien le escriba , aunque se negaba a aceptar dinero de los amigos.
En esos años, cuando todos los países de América Latina vivieron dictaduras, los dos amigos decidieron viajar a la extinta Unión Soviética; “el socialismo era un sueño”, rememora Apuleyo.
Sin embargo, lo que vieron en un periplo, que también les llevó a Alemania Oriental, Checoslovaquia y Polonia, les provocó —precisa el autor con una larga carrera en el periodismo— “un desconcierto grandísimo” regresando “muy desengañados del mundo comunista”.
“Perdimos la fe, pero cuando surgió la revolución cubana la recibimos como algo nuevo” en el mundo comunista y en el latinoamericano, precisa Apuleyo Mendoza, quien dirigió en París la revista Libre , catalizadora del “boom” de la narrativa latinoamericana.
PASÓ HAMBRE
Fue García Márquez quien personalmente le aclaró que él no quería figurar en esa misiva, por ello el propio Apuleyo anunció este hecho a la agencia cubana Prensa Latina en París que lo difundió.
Fidel Castro pidió conocer al escritor colombiano y “hasta hoy son amigos”, puntualiza.
Y es que Apuleyo piensa que “Gabo no es amigo del comunismo, lo que ha perdurado es una amistad profunda con Fidel”, ante quien revela ha intercedido para liberar a escritores, el último de ellos Raúl Rivero, o sindicalistas.
Gabo. Cartas y recuerdos retrata en sus páginas el ejercicio como periodistas en Caracas, Bogotá o La Habana, al tiempo que compartían la misma devoción por la literatura.
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