Este fin de semana se reúnen varias cumbres en Santiago de Chile, dos de ellas de jefes de Estado y de Gobierno: una de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac) y la otra de esta con la Unión Europea (UE).
En la Cumbre de la Celac, el presidente democrático de Chile, Sebastián Piñera, entregará la presidencia de ese organismo al presidente totalitario de Cuba, Raúl Castro. La contradicción se explica porque en el marco de la Celac no son muy importantes los valores de la democracia, de manera que no hay problema en que gobernantes democráticos tan nítidos como el chileno Piñera, o el colombiano Juan Manuel Santos, se entiendan y se fundan en abrazos con un caudillo totalitario como Raúl Castro, y autoritarios como Hugo Chávez y Daniel Ortega.
Como por no dejar, en el punto 11 de la Declaración de Caracas de diciembre de 2011, que es la carta constitutiva y de principios y objetivos de la Celac, se reconoce que la aspiración de los pueblos de América Latina y el Caribe es “construir sociedades justas, democráticas y libres”; y se dice que “cada uno de nuestros pueblos escogerá las vías y medios que, basados en el pleno respeto de los valores democráticos de la región, del Estado de Derecho, sus instituciones y procedimientos y de los derechos humanos, les permita perseguir dichos ideales”.
Se nota que es un párrafo hueco. Fue puesto allí para guardar las apariencias, pues muy bien se conoce cómo es que entienden y practican los valores democráticos Raúl Castro y demás gobernantes del Alba, el instrumento intergubernamental creado para imponer el denominado “socialismo del siglo XXI”. El cual, para todos los efectos es el mismo socialismo totalitario del siglo XX, solo que con nuevas estrategias y en particular el aprovechamiento de los mecanismos de la democracia, para socavarla, destruirla e instaurar regímenes antidemocráticos.
De hecho la Celac es un escenario de simulación política, en el que unos gobernantes fingen ser demócratas y otros aparentan creerles. A este realismo mágico político lo justifican con el argumento de que “estos organismos tienen que adecuarse a la nueva realidad del siglo XXI”, según explicó el presidente de Chile hace unos días a corresponsales extranjeros. “Las dicotomías entre izquierdas y derechas son parte del pasado. Sobran izquierdas y derechas y lo que falta es más profundidad para afrontar los problemas en nuestro continente. Muchas veces nos quedamos atrapados en diferencias ideológicas que no nos dejan ver el camino al futuro”, expresó el mismo mandatario chileno en Caracas, a principios de diciembre de 2011, cuando asumió la presidencia protémpore de la Celac.
Otro prominente político chileno, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, le dijo al columnista internacional Andrés Oppenheimer que “el hecho de que el presidente de Chile, que no es precisamente un hombre de izquierda ni mucho menos, le entregue la Celac a Raúl Castro, indica un clima de entendimiento y tolerancia que existe hoy día en América latina”. A lo cual Oppenheimer replicó tajantemente, que “este no es un problema de izquierda o derecha, sino de democracia o dictadura”.
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