¿Por qué en los años ochenta Ortega y sus compañeros de partido hostigaron y antagonizaron al sector privado, y por qué ahora trabajan armoniosamente con él? ¿Por qué en los ochenta expandían locamente el gasto estatal, imprimiendo dinero sin respaldo y por qué ahora guardan celosamente el equilibrio macroeconómico?
La respuesta es que la experiencia les hizo cambiar parte de sus ideas. En los años ochenta, como jóvenes entusiasmados por las lecturas de Marx, los dirigentes del FSLN creían que la burguesía era una clase explotadora y que los medios de producción debían ponerse en manos del Estado; que el desarrollo se lograría repartiendo riqueza, no creándola, y que la ciencia económica “burguesa” era falsa. También creían que el “yanquee”, los Estados Unidos, eran el “enemigo de la humanidad”, y que debían hacer causa común con sus adversarios: Cuba, la URSS, la guerrilla salvadoreña, etc. Dichas ideas tuvieron su cosecha: gran parte del empresariado y la clase media emigraron, la producción se desplomó, se disparó la hiperinflación más alta jamás registrada, se entró en confrontación con los Estados Unidos y sobrevino una guerra civil en que murieron millares.
Afortunadamente la dirigencia sandinista tuvo la inteligencia de aprender de algunos de sus errores. Se percataron de la importancia de la estabilidad monetaria, de que no se puede repartir riqueza sin crearla, que los empresarios, o las inversiones privadas nacionales y extranjeras son vitales para producirla, e hicieron las paces con el “imperio” y sus “demonios financieros” como el Fondo Monetario, el Banco Mundial y el BID. Los nuevos aprendizajes, que no pertenecían al arsenal ideológico de la izquierda, tuvieron una cosecha muy distinta: aumento en las inversiones, estabilidad monetaria, crecimiento económico, mucha cooperación de las multinacionales y una paz que envidian muchos centroamericanos.
Moraleja: las ideas tienen consecuencias. Es por tanto importante conocer y difundir las buenas en vez de pagar el costo horrendo de ciertos aprendizajes. “Pensar con claridad”, decía Michael Novak, “es uno de los mayores imperativos morales”. Las malas ideas pueden hundir naciones y las buenas rescatarlas. Tener buenas intenciones no basta. Muchos guerrilleros las tenían, igual que quizás las tenga hoy el chavismo. Pero si no se estudian serenamente las rutas que llevan a la prosperidad y la paz, por falta de humildad o por pasiones que nublan la razón, se acabará en el barranco.
El problema es, precisamente, que la razón se pervierte cuando el ser humano, en lugar de usarla para encontrar la verdad, la usa para justificar pasiones o intereses irracionales. Antes que Marx, Adam Smith había publicado en 1776 “Una investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones”. En ella destacaba el papel del mercado, la competencia y la libertad. Execrado como ideólogo del capitalismo, la izquierda y la intelectualidad latinoamericana no se tomó la molestia de analizarlo, a pesar de que sus planteamientos eran y siguen siendo relevantes para quien busque combatir la pobreza.
La ofuscación intelectual, la falta de apertura a planteamientos divergentes, estrecha la mente y fomenta las calamidades. Hoy los nicaragüenses tenemos la oportunidad —y el deber— de discutir serenamente la ruta a seguir a fin de crear un país mejor. Tenemos ya importantes consensos pero hay temas vitales donde falta forjarlo: el modelo político a seguir, la forma de mejorar la justicia, la estrategia educativa, etc. Los centros de pensamiento, las universidades y los gremios, podrían jugar un papel importante en propiciar diálogos de altura sobre estos y otros temas.
Ya probamos el camino de la fuerza y la irracionalidad. ¿Por qué no surcar ahora el del diálogo y la razón? El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
Ver en la versión impresa las páginas: 11 A