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¿Nicaragua fue alguna vez república?

Mario Alfaro Alvarado

Nicaragua volverá a ser República. Este fue el lema de la lucha política del Mártir de las Libertades Públicas y Héroe Nacional Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. La historia nacional nos dice que Nicaragua nunca ha sido una República.

El concepto de república nació en la mente de Platón. Filósofo ateniense (428-347 a. de C.) Para este filósofo, las ciudades-estados griegas no calificaban en lo que él consideraba debía ser una república, ya que el principal abuso de esos gobiernos era la ignorancia de los políticos, ya que los gobernantes debían ser filósofos para reconocer y satisfacer las necesidades de los gobernados.

Los romanos prominentes estudiaban en Atenas, allí sorbieron las ideas platónicas sobre la gobernabilidad y cuando llegó en Roma el momento de abolir la monarquía de los Tarquinos, por la violación de Lucrecia, los romanos establecieron la República.

Cuando el gran Julio César, forjador del Imperio Romano, al lado de Cleopatra, la reina de Egipto, pretendió proclamarse rey de Roma, sus propios amigos lo asesinaron en el Capitolio.

El Diccionario Larousse define así la palabra república: “Forma de gobierno representativo en el que el poder reside en el pueblo, personificado este por un presidente electo por la nación o sus representantes”.

En esta definición se contienen tres elementos básicos que deben conjugarse armónicamente para que exista la república: 1) Gobierno representativo; 2) El poder reside en el pueblo; 3) Un presidente elegido por la nación, o por los representantes del pueblo. 

Con la independencia de los Estados Unidos y la Revolución Francesa, la república inspiró los anhelos de independencia de todo el continente americano. Fue la consigna del independentismo; y aunque república no es sinónimo de democracia, puede funcionar perfectamente como un régimen presidencialista o parlamentario. 

La república implica necesariamente la existencia de elecciones, ya sea para elegir a un jefe de Estado o a un Colegio Electoral que, a su vez, elija democráticamente a un gobernante, de acuerdo con la constitución de un país. Por todo lo expuesto podemos afirmar que en Nicaragua nunca ha habido una república. Los caudillos “políticos” en Nicaragua han llevado al pueblo a votar, pero votar no es elegir. El pueblo siempre ha votado pero nunca ha elegido, eligen los caudillos. 

El objeto de una constitución es limitar el poder. En Nicaragua la Constitución la imponen los caudillos para gobernar caprichosamente y no entregar el poder. En 86 años de gobiernos liberales, desde 1893 con Zelaya, hasta 1979 con Francisco Urcuyo, ninguno de los presidentes, con excepción de Moncada y Sacasa electos en elecciones supervigiladas por los Estados Unidos, han sido elegidos por el voto popular. Todos fueron electos en comicios amañados. Y lo mismo puede decirse de los presidentes conservadores en el corto período de nueve años, desde Adolfo Díaz (1911-1928) hasta Carlos José Solórzano (1926-1926). 

En Nicaragua nunca se ha elegido a los diputados. Los “gamonales” dueños de los partidos políticos, señalan de dedo a “sus representantes” en el poder legislativo. De allí viene el llamado “nombramiento de dedo”. Si Nicaragua fuera una república, los diputados debían ser electos en los departamentos a los que deben representar en las curules parlamentarias. Pero nunca ha sido así. De manera que hablar de gobierno representativo, constituye una burla para quienes depositan sus votos con ingenua confianza y los caudillos escogieron a sus propios “diputados”. Toda una farsa, una mentira histórica repetida desde que Nicaragua se llama República. De manera que Nicaragua no volverá ser república, como lo proclamó honestamente y valientemente Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Debemos decir ahora que Nicaragua debe convertirse en una república real, nacida de elecciones libres y con la mayoría honestamente demostrada en los votos depositados en las urnas. Porque la república no es de ningún partido, ni de ningún caudillo o mandamás, pertenece a todos los nicaragüenses, los que ganaron limpiamente las elecciones y los que limpiamente las perdieron. 

El autor es periodista

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