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Las tumbas de los caídos en San José de las Mulas, ubicadas en el cementerio oriental de Managua, donde todos los años sus familiares y amigos les rinden tributos. LA PRENSA/ C. HERRERA

Las tumbas de los caídos en San José de las Mulas, ubicadas en el cementerio oriental de Managua, donde todos los años sus familiares y amigos les rinden tributos. LA PRENSA/ C. HERRERA

Las muertes de San José de las Mulas

La mayoría de los nicaragüenses solo recuerda que las madres pidieron una oración al papa. ¿Qué sucedió en San José de las Mulas aquel 27 de febrero?

En la mañana del primero de marzo de 1983, Rosa Alvarado Reyes amaneció triste. La noche anterior soñó con una hilera de ataúdes. Cada uno de ellos tenía encima la bandera rojinegra del Frente Sandinista y una lora.

Ese no era un buen sueño. “Alguien de tu familia se va a casar”, le dijeron sus compañeras de trabajo, en la sede central de las Tropas Especiales del Ejército Sandinista. Pero ella más bien pensaba en su hijo de 17 años que estaba en la montaña. César Balladares Alvarado, estudiaba en el Instituto Técnico Vocacional, formaba parte de la Juventud Sandinista y desde el 22 de diciembre de 1982 estaba en las montañas de Matagalpa, enrolado en el batallón 30-62.

La vieron tan acongojada y sin deseos de comer que a Alvarado Reyes, una de sus compañeras de trabajo, le preparó una sustancia de pescado. Tomando la sopa estaba cuando alguien le avisó: “Ahí te buscan”. Sintió un nudo en el estómago. “Cuando caminé hacia el portón me dijeron que tenía que ser fuerte. Sentí algo feo. Cayeron los muchachos, me dijeron y yo les dije que eso no podía ser. Pero ya lo había soñado yo”, recuerda Alvarado Reyes.

César Balladares Alvarado fue uno de los 23 jóvenes de la Juventud Sandinista que murió en la mañana del 27 de febrero de 1983 en San José de las Mulas, en las montañas de Matagalpa, enfrentando a una columna de la contrarrevolución. Esa habría sido la primera incursión importante de la Contra en territorio nicaragüense.

Aprovechando en ese momento la venida del papa Juan Pablo II, los sandinistas organizaron a las madres de los caídos para que le pidieran una oración y la noticia se regó en los medios oficialistas como una matanza perpetrada por exguardias somocistas en contra de los jóvenes sandinistas, algo que contradice Luis Fley, un exjefe Contra. “Ellos —el Gobierno— dijeron en su reporte que eran de la Juventud Sandinista para justificar. No fue una emboscada, fue un combate con 200 miembros del Ejército (sandinista). Les causamos 60 bajas”, rememora Fley.

Hace 30 años que ocurrió el hecho, del cual la mayoría de los nicaragüenses solo recuerda que las madres le fueron a pedir una oración al papa. Pero detrás hay dolor y una lección histórica para todos los nicaragüenses. ¿Qué sucedió en San José de las Mulas aquel domingo 27 de febrero?

Los féretros de 17 de los 23 caídos en San José de las Mulas, cuando eran llevados al cementerio oriental. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ DIARIO BARRICADA

Un entrenamiento básico

Entre 1981 y 1983, todavía con la euforia fresca por el triunfo de la revolución cientos de jóvenes se unieron a los batallones que el nuevo gobierno organizaba para lo que ellos denominaban “defender la revolución”.

Germán Enrique Mendoza Solórzano recuerda que el 22 de diciembre su hijo, Esteban Enrique Mendoza, de 17 años, le dijo: “Papá, nos vamos porque nuestros hermanos del campo necesitan nuestra ayuda”. Don Germán nunca más volvería a ver a su hijo, ni siquiera muerto. Jesús Castillo Pérez, padre de Miguel Castillo Castillo, otro joven caído, dice que a su hijo lo recibió en una caja sellada y no pudo verlo muerto.

La primera parada del batallón 30-62 fue una comunidad que se llama Wana Wana, ubicada de Río Blanco, Matagalpa, unos 10 kilómetros hacia adentro. Allí pasaron la Navidad del 82, en plena montaña. Y el 26 de diciembre partieron para San José de las Mulas, llegando el día 27 de diciembre.

Pablo Felipe Gutiérrez Álvarez, uno de los jóvenes enlistados, recuerda que en ese momento San José de las Mulas era un poblado con cinco o siete casitas humildes y desperdigadas, con una ermita en el centro de la comunidad. El lugar estaba entre unas colinas, sobresaliendo dos cerros en uno de los cuales había un cañaveral. Los jóvenes tenían que dormir con la ropa que llevaban puesta, verde olivo y a veces chocolita, porque era una norma y para contrarrestar el frío y evitar ataque de animales. Las serpientes abundaban.

Carlos Lacayo Manzanares, antes de morir el 27 de febrero, le escribió una carta a sus compañeros de trabajo en el Hospital Manolo Morales “desde algún lugar de Nicaragua libre”, es decir, desde San José de las Mulas: “La cuestión por estos lados es bien difícil y dura, llueve diario, se come mal, no hay mucha comida, se duerme en el suelo mojado, los pies rajados de tanto caminar, con hongos por la humedad, lodo por todos lados hasta los dientes… Les cuento que en la montaña se aprende mucho, a combatir con firmeza, a trabajar conscientemente, a estudiar, a lavar, a cocinar, a jugar…”.

Álvaro Maltez, un sobreviviente del combate de San José de las Mulas, recuerda que no paraba de llover. El entrenamiento militar era básico: tiro, arrastre, desplegarse. Pero la misión principal del batallón de la Juventud Sandinista no era enfrentarse a la Contra, sino tener un acercamiento con la población del lugar y explicarles de qué se trataba la revolución, dice Maltez.

Manolo Guzmán, en ese entonces estudiante de medicina y hoy médico en el hospital de la Policía, relata que él era el sanitario y le correspondía promover la prevención de enfermedades entre la comunidad. “Visitábamos a la población, veíamos la higiene en las casas, en la comunidad, individual. Andábamos un fusil porque nos teníamos que defender”, dice Guzmán.

El tipo de fusil que les asignaron a los jóvenes del 30-62 eran unos VZ-52, diseñados en Checoslovaquia poco después de la Segunda Guerra Mundial, en 1947. Además, cada uno de los jóvenes tenía entre 120 y 150 tiros cada uno. En ese momento eran suficientes, pero cuando sostuvieron el combate con la Contra resultaron una cantidad miserable para la envergadura de la batalla. Y lo peor, en medio del tiroteo los VZ se les enconcharon y no pudieron disparar más. Tenían una ametralladora M-60, pero durante el combate esta también les dejó de funcionar por varios minutos.

Álvaro Maltez recuerda que la comida era solamente arroz y frijoles, lo cual acompañaban con guineos cuadrados y maíz. “Una vez nos hicieron arroz de leche”, rememora sonriendo. En resumen, aquellos jóvenes no iban preparados para enfrentar a la Contra.

La Dirección Nacional del Frente Sandinista rindiendo homenaje a los jóvenes caídos en San José de las Mulas. LA PRENSA / Archivo

El combate

El sábado 26 de febrero de 1983, los jóvenes conmemoraron la caída en combate de Camilo Ortega Saavedra. Realizaron una jornada en la que inauguraron un parque y quebraron algunas piñatas, recuerda Maltez. En el parque habían construido unos sube y baja, columpios y habían hecho una rayuela. Y ese mismo día, seis de ellos tuvieron que abandonar el campamento. Estaban enfermos, presentaban fiebre, vómitos y estaban defecando sangre. Quedaron 54 jóvenes. Se fueron a dormir como a las 7:00 de la noche.

Todos los días unos campesinos llevaban a la zona como 200 cabezas de ganado. Ese día no las llevaron. Y como a las 11:00 de la noche, cuando unos cuantos hacían postas, por el lugar pasaron tres campesinos a caballos. Quienes estaban de posta los saludaron con un “¡hey amigos!”. A los jóvenes no les pareció extraño.

Luis Fley, un exjefe Contra, dice que ese 26 de febrero por primera vez un grupo importante de Contra ingresaba a territorio nicaragüense desde Honduras. Era el comando regional Jorge Salazar y se dirigían a Chontales. Pero en el camino los mismos campesinos los alertaron de que en San José de las Mulas había un contingente del Ejército Sandinista. “No fue una emboscada, fue un combate. La gente —campesinos— nos respaldó”, asevera Fley.

A pesar de que los jóvenes no iban con la idea de enfrentar a la Contra, días antes de ese domingo 27 de febrero habían realizado simulación de combates, como parte de los entrenamientos. Por eso, cuando a las 3:00 de la madrugada inició el ataque de la Contra, la mayoría de ellos pensaba que se trataba de una simulación sorpresa. Muchos de ellos se despertaron con el ruido de los disparos y se fueron a posicionar en unos pozos tiradores que habían cavado alrededor del campamento, que estaba como a un kilómetro de la ermita de San José de las Mulas.

Pablo Gutiérrez explica que los pozos tiradores tenían una profundidad que cubrían todo el cuerpo y de ancho y forma era como el de una tumba. Pero ese día algunos de los pozos tiradores todavía no estaban totalmente cavados y por eso algunos de los jóvenes tenían la mitad del cuerpo de fuera. Y, además, la mayoría no llevó las municiones a los pozos creyendo que se trataba de una simulación. “Cuando nos damos cuenta que era de verdad, salimos corriendo a traer los tiros”, cuenta Álvaro Maltez.

El combate inició cuando quienes estaban de posta, Armando Villarreal y Mariano Espinoza, escucharon ruido y preguntaron: “¿Quién vive ahí?”. “Los Contras” respondieron lanzando una granada y acto seguido abriendo fuego con ametralladoras. Eran más de 250 “Contras” los 54 de la Juventud Sandinista, según el informe que brindó el Ejército Sandinista y la versión que brindan los sobrevivientes. Pero Luis Fley dice que en el campamento había unos 200 miembros del Ejército Sandinista. “Decían que había hasta cubanos, pero no es cierto, solo estábamos nicaragüenses”, aseveran Álvaro Maltez y Pablo Gutiérrez, sobrevivientes.

Hasta las 5:00 de la mañana, con dos horas de combate, no había caído ninguno de los jóvenes. Pero con la claridad que dio el amanecer, la Contra comenzó a causar las bajas. Y peor aún que los fusiles checos VZ-52 comenzaron a “enconcharseles” a los jóvenes. Maltez recuerda que algunos de los fusiles no tenían baqueta (varilla metálica) y para destrabarlos los jóvenes se tiraban una sola baqueta de pozo tirador en pozo tirador.

Ricardo Avilés, que era el jefe de la Juventud Sandinista en ese momento, gritó a los jóvenes que no dispararan mientras no tuvieran un blanco fijo, para así ahorrar municiones. “A la Contra la teníamos como a una cuadra”, recuerda Gutiérrez. “Nos gritábamos cosas, ellos se arrechaban cuando les decíamos perros”, relató el sobreviviente José Alberto Carballo, al diario Barricada en aquel momento.

“Los Contras” comenzaron a cercar el campamento y los muertos empezaron a caer. Uno de los primeros heridos fue Ricardo Avilés, cuando como jefe se movía de un pozo tirador a otro y un francotirador le disparó en el pecho. El sanitario, Manolo Guzmán, socorrió a Avilés quien estaba inconsciente pero no logró hacer mucho por él. Murió en sus brazos, recuerda Guzmán, quien al momento de la atención recibió un balazo que le atravesó el brazo izquierdo.

Como cada quien estaba en su pozo tirador, era difícil saber quiénes iban muriendo, recuerda Maltez. Gutiérrez explica que la Contra quiso incursionar en el campamento como cuatro veces, pero no pudo. A pesar de la inferioridad numérica y en armamento, los jóvenes resistieron a la Contra por casi ocho horas. Como a las 10:30 de la mañana se ordenó la retirada. Cada quien salió del lugar de combate a como pudo, a través del cañal y de un guindo que estaba libre de “Contras”.

Algunos de ellos se iban encontrando en el camino hasta que todos los sobrevivientes se reunieron en un lugar que se conoce como El Laberinto, que es adonde los habían dejado los camiones cuando los llevaron a San José de las Mulas.

El Ejército Sandinista los llegó a sacar el día lunes 28 de febrero y los llevó a Río Blanco. Les hacían falta 23 compañeros. El primero de marzo regresaron al lugar del combate, pero los campesinos habían sepultado a los muertos en unos hoyos para letrinas que antes los mismos jóvenes habían cavado. Lograron desenterrar a 17, que fueron los que los periódicos sandinistas anunciaron en sus portadas el jueves 3 de marzo, un día antes de la visita del papa Juan Pablo II a Managua.

Seis de los cadáveres habían quedado enterrados, pero fueron sacados dos meses después, en mayo del 83. Muchos de los sobrevivientes decidieron volver a luchar en la montaña.

César Balladares Alvarado, el hijo de Rosa Alvarado Reyes, no estaba entre los primeros 17 cadáveres que sacaron. A ella le tocó buscar a su hijo, hasta que lo encontró en mayo, enterrado en una fosa.

Madres de caídos en San José de las Mulas y en otros frentes de guerra mientras le piden una oración al papa Juan Pablo Segundo. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ DIARIO BARRICADA
Madres de caídos en San José de las Mulas y en otros frentes de guerra mientras le piden una oración al papa Juan Pablo Segundo. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ DIARIO BARRICADA

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