Desde su primera homilía el papa Francisco puso el dedo en la llaga: Si la Iglesia no proclama a Cristo, advirtió, “ podrá convertirse en una ONG piadosa, pero no en la esposa de Cristo”.
Fue una alusión directa al problema de identidad que sufren muchos que se autodenominan católicos, pero carecen de una idea clara de lo que significa serlo.
Un error común entre muchos activistas sociales y teólogos de la liberación, ha sido confundir ser bueno con ser cristiano. Durante los inicios de la revolución sandinista un sacerdote jesuita, el padre Amando López (q.e.p.d.), genuinamente conmovido por el testimonio heroico de algunos guerrilleros, llegó a decir: “Si tuviera que poner en términos concretos, qué es lo que los cristianos esperan del FSLN (Frente Sandinista), yo diría que —y no como expresión literaria— que lo que los cristianos esperan del FSLN es que nos haga cristianos”.
Evidentemente el padre López confundió entrega generosa con cristianismo, cuando este implica eso más el ingrediente esencial de creer que Cristo es Dios encarnado. Privado de esta fe el cristianismo se desdibuja y se convierte fácilmente, como indica Francisco, en una ONG o en un club rotario.
Otro error común es el caso de quienes se proclaman católicos pero dejan al lado, o rechazan, partes esenciales de su credo.
Es el caso de aquellos que no tienen reparo en decir que aman a Cristo pero no a la Iglesia, o que usan expresiones como: “Solo creo en Cristo ”, o bien: “Soy católico, pero en cuestiones morales no estoy de acuerdo con la Iglesia o el papa”.
Aparentemente olvidan que ser católico exige la adhesión a unas creencias entre las cuales la fe en la Iglesia es central, lo que implica tenerla como guía y maestra y creer en la autoridad apostólica que va de Pedro al papa, como representantes de Cristo en la tierra.
Quienes no la ven así podrán ser personas ejemplares, pero desde el punto de vista doctrinal son más protestantes que católicas.
Las definiciones son importantes y deben respetarse. Así como no debe autodenominarse liberal quien adversa la idea del mercado libre, ni debe pretender que lo acepten o escuchen como musulmán aquel que odia a Mahoma, de la misma forma no debe autodenominarse católico quien no confiese a Cristo-Dios y a su Iglesia.
Curiosamente, hoy parece aumentar las filas de quienes ven sin importancia la precisión conceptual o que atribuyen a las palabras el sentido que ellos quieren. Actúan como Humpty Dumpty, el personaje que Lewis Carroll pone a discutir con Alicia, en el país de las maravillas, y que cuando ella se le quejó de no entenderlo él entendía por “gloria”, le respondió: “Por supuesto que no entenderás hasta que yo te lo diga; significa: tener un buen argumento”. “Pero gloria no significa eso”, objetó Alicia, a lo que Humpty Dumpty le ripostó triunfante: “Cuando yo uso una palabra, esta significa exactamente lo que yo decido que signifique, nada más y nada menos”.
El lenguaje sirve para comunicar cuando existe un consenso compartido sobre el significado de sus términos. Pero si cada uno los usa, al estilo de Humpty Dumpty, no puede haber comunicación ni diálogo. No se trata pues de criticar o discriminar a nadie. De lo que se trata es de precisar a qué creencia o religión pertenece uno; el saberse ubicar; el llamar a las cosas por su nombre. Es un asunto de honestidad intelectual y coherencia.
Ser católico y no “católico”, igual que ser liberal y no “liberal”, exige, entre otras cosas, conocer bien la convicción que se profesa.
El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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