Pocas veces me ha impactado tanto una foto, como la que apareció el pasado lunes 6 de mayo en el Diario LA PRENSA, sobre la destrucción del 20 por ciento de la reserva de biosfera nacional Bosawas, la cual también es patrimonio de la humanidad.
No podemos hablar con autoridad moral sobre la destrucción del río San Juan causada por la absurda trocha de una carretera que bordea el río, y que están construyendo actualmente nuestros vecinos ticos, si nosotros tratamos de esa manera nuestro más valioso recurso natural.
Se trata de un crimen de lesa majestad, en contra de lo que Dios nos regaló, de lo que Dios puso en nuestras manos para que lo respetáramos, para que lo usáramos y administráramos, para bien de todos y en especial de los más débiles que cuidan con amor y respeto su hábitat, o sea, los dueños ancestrales, la etnia mayangna, los miskitos y todas las comunidades indígenas que las habitan, viviendo racionalmente de sus recursos, que les pertenecen a ellos, a nosotros y a toda la humanidad.
¿De qué nos sirve adquirir kilómetros innumerables de nuevos mares con riquezas abundantes y bellos arrecifes de corales, con peces multicolores y ecológicamente muy vulnerables, si vamos a tratarlos de la misma manera que estamos tratando los tesoros que tenemos en nuestras manos desde hace siglos?
No podemos olvidar cómo destruyeron la bella laguna de Tiscapa, en la pasada administración sandinista, en la década de los ochenta, desviando cauces llenos de basura hacia un recurso hídrico de tanto valor, no solo como reserva de agua, sino también como una belleza natural, como una esmeralda de gran valor; fue convertida sin piedad en un charco inmundo de aguas podridas, en el centro de nuestra capital.
¿Es así como somos cristianos?
¿Como somos socialistas?
¿Como somos solidarios?
Definitivamente, no lo hemos sido, ni con la etnia mayangna, ni con los miskitos, ni con el resto de comunidades indígenas que la habitan, ni con su riqueza hídrica, botánica y abundante fauna. Sí, no lo hemos sido. Ni tampoco, con los preciados recursos naturales que allí abundan, y que son orgullo de nuestra patria y que compartimos también con toda la humanidad.
Con los que sí, sin lugar a dudas, hemos sido solidarios, es con los poderosos depredadores que están y quedarán en la sombra, protegidos por los que pueden protegerlos.
A juzgar por cómo se manejan las cosas actualmente en Nicaragua, nunca sabremos quienes fueron los que impunemente cometieron esta barbarie y que en la actualidad gozan de su fortuna ilegítima.
Solo nos queda esperar que los que puedan detener que esto continúe, abran los ojos y vean que a la larga también a ellos les perjudica y que actúen enérgica y consistentemente, tomando en cuenta a los habitantes ancestrales, haciéndoles justicia y elaborando planes a corto, mediano y largo plazo para remediar en lo que sea posible ese inmenso desastre. La autora es defensora de los tesoros nacionales
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