En cuanto Óliver, mi hermano, cumplió sus primeros 2 años de vida se convirtió en un explorador incansable. A lo largo del día sus preguntas inesperadas eran el dolor de cabeza de mamá. Y no solo de ella, de nosotros también. ¿Qué es eso?, ¿cómo se llama?, ¿cómo se hace?, constituyeron las preguntas claves de su exploración.
Sin embargo, nos dimos cuenta que era necesario acompañarle en ese proceso de conocimiento del mundo, el cual ya parecía interesarle.
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De acuerdo con el psicólogo Rafael Abib, la etapa que comprende desde los dos años y medio hasta los cuatro años, se conoce dentro de la psicología como la etapa del porqué.
A esta edad “el infante empieza a generar un tanto de autonomía y es común que empiecen a llamarle la atención los colores, los objetos, las formas, los animales y las texturas”, explica el doctor.
En esta etapa los infantes se convierten en esponjas que absorben todo el conocimiento que reciben de cuanto tocan y miran. De ahí que producto de esa interacción surjan diversas preguntas, cuyas respuestas de los padres deben generar en ellos un adecuado desarrollo cognitivo.
De acuerdo con el doctor Abib, como la etapa del porqué es un proceso de aprendizaje, las respuestas y comentarios de los padres de familia deben ser claros y de fácil comprensión.
“A veces los padres dan respuestas erradas a los niños pues creen que no tienen la capacidad de comprensión”, comenta el psicólogo.
En respuesta a esta debilidad él recomienda interactuar con los infantes, llevarlos al parque, jugar con ellos e involucrarnos en procesos de aprendizaje que hagan uso de la música y la poesía, esto para desarrollar en ellos la creatividad.
A pesar que algunas preguntas te parezcan innecesarias, lógicas, absurdas o necias, es importante que le respondas con la verdad, de esta manera estará motivado siempre a seguir aprendiendo y conociendo su entorno.
Esta es una etapa normal, así que llénate de paciencia.
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