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LA PRENSA/CARLOS HERRERA

Marta Mejía

El sonar de la guitarra, acompañado de la percusión y de las palmas, evocan pasión y a la vez tranquilidad. Es el peculiar sonido del flamenco, una danza andaluza que traslada mentalmente a Marta Mejía Alberdi a su natal España.

ELBA CRISTINA PARRALES

El sonar de la guitarra, acompañado de la percusión y de las palmas, evocan pasión y a la vez tranquilidad. Es el peculiar sonido del flamenco, una danza andaluza que traslada mentalmente a Marta Mejía Alberdi a su natal España.

El arte en su casa está en el ambiente: en la música con el flamenco, en las paredes con cuadros propios y con pinturas del cantautor y artista ya fallecido Salvador Cardenal, así como de Mario Montenegro y unos mosaicos propios hechos con semillas. También en las mesas con retazos de hojas, incluso en los dibujos que hicieron sus hijos para el Día de la Madre.

El arte está en su vida diaria y en su trabajo como responsable de AlimentARTE de Acción Contra el Hambre. De igual manera, en los diseños que hace con los collares y las pulseras, todos con un significado. El arte está hasta en las clases de teatro que recibe una vez a la semana en la Alianza Francesa con Mónica Ocampo. Afirma que también la comida que consume es un arte, pues trata en la medida de lo posible que sea orgánica y promueve que la gente la consuma de esa manera.

Al preguntarle de dónde es originaria, sin dudarlo responde que es “nicañola”. Nació en 1971 en Asturias, al norte de España, rodeada del verde de las montañas y de la naturaleza.

Desde hace 19 años vive en Nicaragua y a su vocabulario ya le ha agregado palabras típicas nicaragüenses, como el “pues” al finalizar una oración, o “chavalos” al referirse a sus dos hijos.

La primera vez que vino a Nicaragua fue en 1982. Tenía 11 años. Vino con su madre, sus dos hermanos y con su hermana mayor. Su padre, nicaragüense, había decidido regresar a su patria, contagiado de la emoción revolucionaria, y se trajo a su familia de España.

“Yo ni sabía a dónde nos traía. Lo único que nos había dicho de Nicaragua era que los mangos y los cocos estaban por todos lados en el suelo. Y hasta la fecha así sigue siendo”, ríe al recordar.

Estuvo aquí un año. Estudió en el Colegio La Salle, en donde disfrutó hacer gimnasia deportiva. Conoció a su familia paterna, pero su madre decidió regresar a Madrid, donde había vivido los últimos años.

La siguiente visita a Nicaragua la hizo en 1990, cuando a su padre le diagnostican tumor cerebral. Regresó a España un mes después, tras fallecer.

No sería hasta octubre de 1994 cuando decide venir a vivir permanentemente.

“Estuve trabajando mucho tiempo en series televisivas en España. Recibí cursos de edición para televisión. En 1994 hubo una gran movilización en apoyo a los países en desarrollo, se pedía el 0.7 por ciento del Producto Interno Bruto. Recuerdo que teníamos nuestra casa de campaña en el Paseo de la Castellana, en Madrid. Conocí a muchas personas de Latinoamérica, fue en ese momento que decidí volver a Nicaragua”, recuerda.

AMOR, ARTE Y NATURALEZA

Marta Mejía, de sonrisa contagiosa y amable personalidad, tiene doble nacionalidad, la española y nicaragüense. Asegura que tiene mucho por hacer aquí, pero que trata de no apegarse, por lo que no descarta volver a España o ir a vivir a otro país si lo amerita.

“Recién vine a Nicaragua, decidí estudiar Ingeniería en Sistemas de Producción Agropecuaria en la Universidad Centroamericana, porque mi padre había dejado unas fincas como herencia. Al año siguiente me di cuenta de que eso de ser finquera no era lo mío. Pero si hay algo que admiré de mi abuelo paterno es que él decía que tenía muchas ocupaciones, y creo que la vida me ha llevado por el mismo camino”, cuenta.

Fue así que decidió estudiar Ecología, una carrera que abarcaba lo que siempre ha defendido y cuidado: todo lo que tiene que ver con el medioambiente. Estudiando esa carrera conoció el amor, a Salvador Cardenal, padre de sus dos hijos Salvador y Guillermo, hoy de 13 y 11 años.

Como madre afirma ser poco exigente. Para ella, es un gran reto educar a dos preadolescentes, quienes además se quedaron sin su padre hace tres años, pero afirma que son estupendos, alegres, inteligentes y que el arte lo llevan en las venas. Salvador estudia piano y Guillermo guitarra. En su casa no siempre se puede poner canciones de Salvador Cardenal, porque es una pérdida que van superando poco a poco. “Yo siento que sigue con nosotros. Es un privilegio para ellos que tengan la oportunidad de escuchar sus canciones, así como los consejos y mensajes que hay en cada una de ellas”, afirma.

Con Salvador Cardenal pudo reencontrarse como artista, retomó la fotografía e hizo un estudio de arqueología en la colección precolombina que tenía Cardenal e hicieron un museo.

Empezó a pintar en seda, a recoger materiales naturales, como las semillas para hacer collares, pulseras y cuadros.

“Con Salvador tuve en común el amor por el medioambiente. Me intereso por el tema de la arqueología y busco cómo ordenar toda esa colección. Tomo fotografía, llamo a Patrimonio y me voy enamorando sobre todo de las piezas que tienen que ver con la naturaleza. Me impacta cómo los indígenas adoraban la naturaleza y lo reflejan en su arte. Eso se ha olvidado. Ahora nuestros dioses y los templos son los centros comerciales y consumir. Quise rescatar el conocimiento indígena no solo por lo bonito que hacían, sino también porque respetaban la naturaleza, pero esos valores ya no existen. Así estamos actualmente, el problema medioambiental es una catarsis”, reclama.

Desde el 2011, Marta trabaja en la iniciativa AlimentARTE de Acción Contra el Hambre. Es un trabajo que le deja muchas satisfacciones profesionales y personales. Disfruta el hecho de organizar actividades artísticas en defensa de los derechos humanos, como el derecho a la alimentación, pero involucrando también a la protección del medioambiente.

“Incluimos literatura. Hemos hecho competencias de cuentos a nivel centroamericano. Hicimos el primer concurso de muralismo. El arte es participativo, democrático, es otra forma de expresar las necesidades del ser humano en un lenguaje universal que todos podemos entender”, afirma.

Marta también se integró recientemente al Centro Cultural de España en el programa de Fortalecimiento de Capacidades para Gestores Culturales de Nicaragua. Es un espacio, comenta, que le permite apoyar al fortalecimiento de la cultura nicaragüense, pero además participar y aportar para “salvar a esta parte del mundo que está tan mal”.

Afirma que ver noticias la deprime. A pesar de que se le quitan los ánimos, a la misma vez se motiva para no ser parte de las personas que se han quedado resignadas a que los problemas económicos y políticos del país no puedan mejorar.

“Soy una persona muy positiva y trato de alimentar eso a diario. Trato de ver las cosas bonitas de la vida y del mundo para avanzar y buscar posibles soluciones”, finaliza.

Nosotras entrevista perfil archivo

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