Esther Williams fue descubierta para el cine por cazatalentos de la Metro Goldwyn Mayer cuando nadaba con Johnny Weissmuller, excampeón olímpico y Tarzán de ese poderoso estudio.
Debutó en La doble vida de Andy Hardy (1942), parte de la popular serie de películas juveniles protagonizadas por Mickey Rooney. El beso que le dio bajo el agua a su petiso compañero de escena, marcó el nacimiento de una estrella.
Su carrera con la Metro coincidió con la reorientación del cine estadounidense hacia Iberoamérica, debido a la pérdida del mercado europeo por la guerra, y el auge de la presencia de figuras latinas en Hollywood.
NACE UNA ESTRELLA
Escuela de sirenas (1942) confirmó su estatus de estrella en ascenso. En una secuencia de antología, la actriz, de elevada estatura (1.70 m), sale de una piscina mientras el barítono colombiano Carlos Ramírez le canta Te quiero dijiste , de María Grever (mexicana). Esther lo mira de arriba abajo sorprendida de que una voz tan potente pudiera salir de un cuerpo tan diminuto.
En Fácil para casarnos (1946), Ramírez canta Acércate más , del cubano Osvaldo Farrés, mientras Van Jonson, bailando con Esther, trata de apretarla un poco más, cada vez que el cantante pronuncia el título de la canción. La actriz lo corta diciéndole (en los dos idiomas): “This is close enough, esto es bastante cerca”.
La presencia latinoamericana se hizo más patente en Fiesta (1947), rodada en México, una de las pocas ocasiones en que la Metro no destacó las habilidades de nadadora de la protagonista. En este filme de ambiente taurino, hace de gemela del mexicano Ricardo Montalbán. Éste baila la raspa con Cyd Charisse, única actriz con extremidades inferiores dignas de competir con las de Esther Williams.
En La hija de Neptuno (1949), en la que Williams y Montalbán son pareja romántica, el director de orquesta catalán, Xavier Cugat, se acerca a Red Skelton, que se hace pasar por jugador de polo, y le pregunta: “¿De qué país suramericano es usted; de Argentina, Brasil o Nicaragua?”. La mención de nuestro país entre las urbes productoras de polistas fue sin duda una galantería de Cugat para con la nicaragüense Lillian Molieri, que aparece en el filme como vendedora de cigarrillos.
Williams alcanzó la cima del estrellado con La reina del mar (1952), biografía de la campeona de natación australiana Annette Kellerman, con asombrosas extravagancias acuático musicales orquestadas por el director y coreógrafo Busby Berkeley en glorioso Technicolor.
SU SIGNIFICACIÓN EN EL CINE
Esther Williams representó mejor que nadie a la mujer estadounidense sana, sonriente y deportista, como el país quería proyectarla en la época de desarrollo económico y patriotismo generalizado que siguió a la Segunda Guerra Mundial.
Sin proponérselo, fue también reflejo de la mujer liberada antes de que se popularizara el término. Nunca fue menos que ninguno de sus protagonistas y sus personajes siempre tenían su propia agenda. Con frecuencia, los hombres eran parte del decorado.
Para los muchachos que crecimos en las décadas de 1940 y 1950, las películas de la escultural actriz resultaron de gran importancia para nuestro desarrollo psicosexual. Eran las únicas que nos garantizaban el despliegue de varios pares de piernas femeninas alrededor de gigantescas piscinas.
EL FIN DE SU CARRERA EN EL CINE
En Una chica de fuego (1953) tuvo por compañero a su futuro esposo, el argentino Fernando Lamas, opacado en este filme por dos personajes de los dibujos animados: Tom y Jerry. Su última película para la Metro fue La amada de Júpiter (1955), junto a Howard Keel (como Aníbal), en la que nada y baila bajo el agua con estatuas masculinas que cobran vida.
Intentó hacer carrera como actriz dramática, pero el público nunca la aceptó fuera del agua. Se dedicó entonces a su matrimonio y a los negocios en las líneas de piscinas y trajes de baño. Como dijo la cantante y actriz Fanny Brice: “Mojada era una estrella, seca no”.
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