El español Rafael Nadal extendió ayer su dominio en Roland Garros con su octava victoria, lograda contra David Ferrer, y tras dejar atrás una ausencia de las pistas de siete meses por problemas de rodilla.
Ni Roger Federer en sus mejores años, ni Novak Djokovic, número uno del mundo, ni David Ferrer, un especialista en arcilla en su mejor momento, han podido destronarlo.
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En su octava final en París derrotó a su compatriota Ferrer con una gran contundencia, 6-3, 6-2, 6-3, en 2 horas y 17 minutos.
Nadal parece haberse quedado con la clave de la victoria en París, donde solo ha concedido una derrota en sus nueve participaciones, la de 2009 ante Robin Soderling.
A sus 27 años, Nadal suma doce títulos de Grand Slam, pero es en Roland Garros donde ha forjado su ya legendaria carrera. En las pistas parisinas ha ganado más títulos que nadie (8), más partidos que nadie (59) y nadie parece en condiciones de arrebatarle la supremacía.
Nadal elevó su nivel a medida que avanzaba el torneo y, tras perder un set en cada uno de los dos primeros juegos, lució intratable.
El punto álgido se vivió en las semifinales contra el serbio, destinado a ocupar el puesto que hasta ahora tenía Federer como gran rival del español.
Fue un partido épico, el de más calidad del torneo, uno de esos duelos que dejan huella en la memoria de los aficionados y en las hemerotecas. Fue la mayor amenaza al poderío de Nadal en Roland Garros desde que comenzó su reinado en ese torneo y el español lo sacó adelante a base de pundonor.
En la final tuvo menos trabajo, porque su rival, que llegaba por vez primera a una final de un Grand Slam a sus 31 años, apenas pudo presentar cara al rey de la tierra.
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