Es interesante comparar lo que ocurre en Nicaragua —o más bien dicho, lo que no ocurre—, ante la inminente aprobación de una concesión canalera que es comparada con el nefasto Tratado Chamorro-Bryan de 1914, y lo que ha sucedido en Turquía como consecuencia de que el gobierno autoritario de ese país pretende destruir el principal parque de la ciudad de Estambul, para construir en su lugar un centro comercial, una mezquita y un cuartel militar de estilo antiguo.
En Nicaragua la gente no reacciona, es indiferente, permanece impasible ante el anuncio gubernamental de un convenio canalero con una firma china de Hong Kong, que lesionaría la soberanía nacional y arriesgaría la gran reserva acuática del país y centroamericana del lago Cocibolca. Solo los pocos medios de comunicación independientes que quedan en el país, la minoritaria oposición parlamentaria, ciertos organismos de la sociedad civil y a título personal algunas personalidades democráticas, ambientalistas y jurídicas, son los que reclaman que la concesión canalera, antes de ser aprobada por lo menos se debería debatir con tiempo y amplitud, y que sea sometida a la consideración de un plebiscito o referendo popular. O sea que no hay oposición a que se construya un canal interoceánico, lo que se reclama es que se negocie y contrate de manera responsable, transparente y honesta, no para que una pandilla de aventureros políticos y empresarios desalmados se lucren a cualquier costo, sino por el interés de la nación. Y porque algo tan trascendente debe hacerse en base del consenso nacional y utilizando los mecanismos institucionales previstos en la Constitución de la República.
Algunos ideólogos políticos sostienen que en Nicaragua no hay protestas masivas de la gente, que la población no defiende la democracia y no le importa que se desnaturalicen las instituciones, y que es indiferente a la corrupción rampante que socava la moral pública, porque está satisfecha con la bonanza económica que supuestamente hay en el país.
Pero en Turquía, donde en realidad hay una buena situación económica, con un crecimiento sostenido de más del cinco por ciento anual que ha generado una visible prosperidad; donde además el gobierno ha sido elegido por amplia mayoría, sin embargo la gente se ha lanzado masivamente a las calles y tiene en jaque al autoritario gobernante Recep Erdogán, al que le exige renunciar. Y esto por una motivación muy importante, sin duda, como es la defensa de una vital área verde en el centro de Estambul, pero que no lo es tanto como la concesión canalera de Daniel Ortega a una oscura compañía china y un misterioso empresario de Hong Kong.
De manera que no es por la buena situación económica —que en el caso de Nicaragua es discutible y si la hay solo beneficia a una parte minoritaria de la población—, que la gente no lucha por la conquista o defensa de la libertad y la democracia. Es que la población solo se lanza las calles —incluso de manera espontánea— cuando existen o han sido creadas las condiciones indispensables para la movilización y la lucha popular.
Cuando esas condiciones han sido creadas, independientemente de que haya pobreza o bonanza, la movilización popular se puede desencadenar por cualquier motivo social, político, ambientalista o nacionalista. Es cuando, como dice por cierto un antiguo proverbio chino, cualquier chispa puede incendiar la pradera.
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