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Iván de Jesús Pereira

La restauración de la iglesia de Sutiaba

Cipriano Abelardo Toval Ayesta, sanfelipeño, cura párroco de Sutiaba, quien en el lenguaje de Azarías H. Pallais, es un cura “que la gente del mundo llama bajo”, “clero altísimo, único, representante de aquel Divino Señor Jesús”, a este cura de pueblo, León le debe dos grandes obras. Primero: restauró y pintó el frontis de la iglesia del Calvario y recientemente ha resucitado totalmente Sutiaba, la iglesia que en mucho tiempo fuese la más grande de Nicaragua (prácticamente nuestra primera Catedral) hasta que se construyó la actual basílica, a mediados del siglo XVIII.

San Juan Bautista, (el precursor) aquel a quien el Dios y hombre verdadero dijo de él: “Yo les aseguro que, entre los nacidos de mujer, no hay nadie mayor que Juan” (Lucas 7-28). Es el emblemático nombre que lleva esta antigua parroquia, por eso hasta hace poco en su altar mayor estaba la imagen más grande e imponente de toda Nicaragua del hijo de Zacarías e Isabel, hoy se puede ver en la sacristía.

La iglesia, inaugurada para indios, el 21 de agosto de 1710, y que tenía como territorio apostólico los pueblos de Sutiaba, Quezalguaque, Telica, Posoltega y Posolteguía, fue construida por los indios. Barro amasado con sangre, barro marribio, pegado con piedra de río, cal, arena, traída a hombros sangrantes, llenas de sudor, de angustia, de lágrimas. Cuando Toval la recibió, estaba prácticamente en escombros.

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De todas las iglesias barrocas de Nicaragua, Sutiaba junto a San Francisco, en León, posee los altares más representativos de ese arte, las columnas salomónicas adornadas de frutas, a mí entender, son racimos de mamones, esa deliciosa fruta de nuestros trópicos. La iglesia es de nuevo un relicario, una gran custodia consagrada a Jesús Sacramentado.

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De su cielo raso, donde por un pacto entre las dos culturas se conserva el Padre Sol y se venera el Dios de la Alianza, habían desaparecido muchas molduras. Algunos de sus altares se encontraban destrozados, y un bello retablo de la Morenita del Tepeyac estaba hecho pedazos.

Tobal ha reconstruido todo, de nuevo las hojas de pan de oro relumbran en los altares y la luz y la hermosura ha retornado a la vieja casa de oración.

De todas las iglesias barrocas de Nicaragua, Sutiaba junto a San Francisco en León, posee los altares más representativos de ese arte, las columnas salomónicas adornadas de frutas, a mi entender, son racimos de mamones, esa deliciosa fruta de nuestros trópicos.

El altar de Santa Lucía, situado en el costado sur del templo, es el mejor ejemplo de lo que significó este arte barroco en su tiempo, en él hay una formidable carga de imaginación buscando trasformar el mundo visible en fiesta. Ante la sobriedad puritana de la cultura de la Nueva Inglaterra, los indios y españoles, en nuestras tierras, expresaron una cultura opuesta a la del protestantismo. En el fondo toda la iglesia es un enorme himno de fe, de alegría y triunfo, de la contrarreforma católica, en este espacio de Castilla del Oro.

Opuesto a Santa Lucía, cuya celebración es en diciembre y que se adorna con toda una expresión de cultura culinaria en la que sobresale nuestro tradicional paco, o tamal dulce, se encuentra el retablo a la Virgen de Guadalupe, inicio de nuestro sincretismo religioso, y aparecida en 1531 a un indio, en el Tepeyac, en el mismo lugar en donde sus antepasados le rendían culto a la diosa —madre azteca Tonatzin—.

Hoy, la iglesia es de nuevo un relicario, una gran custodia consagrada a Jesús Sacramentado. Toval, para llevar a cabo esta obra de restauración, contó además del apoyo del pueblo de Sutiaba, con modestas donaciones, de parte del Ingenio San Antonio y de la Asamblea Nacional.

En el exterior de la iglesia, está la plaza, a un costado la casa cural, imponente, opuesta a un reciente edificio de estilo colonial que armoniza con el conjunto, en donde se dice se piensa instalar un museo con todas las piezas precolombinas, pertenecientes a este pueblo de Sutiaba.

El hecho de que todo esto haya sido posible gracias al esfuerzo de un cura de pueblo, es una hazaña, pero mayor hazaña es que usted, mi querido lector venga a verlo. El autor es abogado leonés.

Columna del día Opinión restauración Sutiaba archivo
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