El clérigo islámico iraní Hasan Rohaní, quien tiene reputación de moderado, tomó posesión el fin de semana pasado como nuevo presidente de Irán.
Pero moderado no es lo mismo que reformista, lo cual es importante tenerlo en cuenta para no hacerse infundadas expectativas, de que con el nuevo presidente podría haber grandes cambios en Irán. En realidad, lo que con certeza se puede esperar de Rohaní es que su estilo de gobierno sea menos áspero que el de su antecesor, Mahmud Ahmadineyad. Pero en términos generales, con el nuevo presidente en Irán se seguirá practicando la intolerancia interna y manteniendo la tensión internacional, como lo advirtió el nuevo presidente al ser ungido por el ayatola Alí Jamenei (el verdadero poder detrás del sillón presidencial) y tomar posesión de manera formal ante el parlamento iraní.
En lo que concierne a Nicaragua, tampoco hay seguridad de que con el cambio de presidente Irán condonará la deuda de 164 millones de dólares, que el país viene arrastrando desde la época de la primera dictadura sandinista, en los años ochenta. Deuda que el anterior presidente de Irán prometió perdonar pero nunca cumplió su promesa, a pesar de que según dijera Ahmadineyad en una de sus visitas al país, la revolución sandinista que según él todavía existe en Nicaragua es hermana gemela de la revolución islámica de Irán.
El gobierno de Irán también prometió financiar generosos programas de cooperación con Nicaragua, lo mismo que hizo con los demás países de América Latina cuyos gobernantes son sus aliados. Irán firmó durante la administración de Ahmadineyad más de 500 acuerdos, por valor nominal de unos 40,000 millones de dólares, con varios gobiernos latinoamericanos afines al extremismo islámico, entre ellos Nicaragua. Irán se comprometió a financiar en Nicaragua la construcción de presas para la generación hidroeléctrica, empresas pesqueras, sistemas de riego, construcción de viviendas y clínicas populares, plantas procesadoras de leche, fábricas de vehículos pesados, motocicletas y bicicletas; producción de cemento, así como inversiones agrícolas, entre otros compromisos. Sin embargo, aparte de una policlínica popular en un barrio de Managua, prácticamente todas las demás promesas iraníes no se han cumplido.
Por otro lado, fue llamativo que ninguno de los presidentes latinoamericanos que respaldan a Irán en su enfrentamiento con Estados Unidos y Europa, fue a la toma de posesión presidencial del nuevo presidente iraní. No obstante, al entrevistarse con el vicepresidente cubano Ricardo Cabrisas, quien representó a Raúl Castro en la investidura de Rohaní, este dijo que “desea” relanzar los nexos con América Latina, “especialmente con Cuba”.
También Daniel Ortega envió a su vicepresidente, el general retirado Omar Halleslevens, al ascenso de Rohaní. Halleslevens fue recibido por el presidente del parlamento de Irán, quien no mencionó la deuda de Nicaragua pero prometió “incrementar y consolidar la cooperación entre ambos países”. A cambio, el vice de Ortega reiteró el respaldo de su gobierno al programa nuclear iraní, que es el principal eje de confrontación internacional. Ortega está empecinado en involucrar a Nicaragua en la nueva guerra fría, incluso sin recibir nada a cambio, solo por su extraña afinidad ideológica con los fundamentalistas islámicos que mandan en Irán.
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