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Joaquín Absalón pastora

Recuerdos de un secuestrado

“Vivir para contarla”, enfoque de Gabriel García Márquez, manifiesta la impresión de que es óptimo —feliz— tener las facultades plenas para celebrar los actos ocurridos en la existencia, sin dejar en el despoblado los más dolorosos en la transitoria travesía, incluso los espeluznantes como los de sufrir un secuestro. La mixtura le da diversos colores al escenario de la vida.

El viernes 20 de agosto de 1993, cerca de las seis de la tarde, fui secuestrado en compañía de 35 afinidades políticas —la mayoría PLI— por un comando sandinista encabezado por Donald Mendoza (cuyo temprano desprendimiento de la máscara lo identificó como “cara de piña”), cuando me encontraba en sesión de trabajo —era diputado y secretario de prensa del doctor Virgilio Godoy—, quien ostentaba el cargo de vicepresidente de la República y además el de presidente nacional del Consejo Político de la UNO.

El calvario de estar secuestrado en los agrios equivalentes es peor que estar preso. El ser en esas circunstancias sufre la más severa y extrema devaluación: es un objeto, no vale nada. Depende del capricho del verdugo.

Cuando eso ocurrió jamás pensé que veinte años después —agosto 2013— iba a vivir para contarlo en un artículo como este, escrito a propósito de que el propio martes veinte a la misma hora en que fuimos reducidos, las seis de la tarde, el Obispo Silvio Báez oficiará una misa de “acción de gracias” en la iglesia El Carmen. En esa misa daré la gratitud al Altísimo por haber conservado la savia de la expresión, por disponer de la lúcida capacidad de recordar esos hechos que aparecen plasmados más detalladamente en un libro que titulé Crónica Íntima de un Secuestr o publicado en agosto del 2009, en el cual fui favorecido por la memoria y el auxilio anecdótico del resto de penados por el riesgo de morir en cualquier instante en los simulacros de fusilamiento que se hacían cuando retornaba el rostro del amanecer. El alba tenía injustamente la figura de una asesina. Tal era el temor cuando asomaba por las ventanas. En ese libro aparecen los asteriscos, las experiencias individuales y hasta el rocío del bálsamo en la fatalidad.

Treinta y seis personas fueron las secuestradas. Todos convivimos en el ambiente del pavor ciento cincuenta horas continuas que aspiraban a tener semejanza con el tamaño de la eternidad en que no podía admitirse ninguna pausa para el sosiego salvo cuando nos sacaron al patio de la casa la única vez para reconciliarnos con la claridad del sol en la tarima de su gloria.

El acto bochornoso se montó en respuesta vengativa a otra incautación ocurrida en un lugar remoto del norte llamado “Caulatú”, donde había sandinistas tomados por “El Chacal” y dentro de los cuales figuraba Doris Tijerino, razón por la cual se le puso a la operación “diente por diente”, uno que caía allá, otro que caía en Managua. Tal era el ritmo de la iracundia que hizo del barrio Bolonia una cárcel

Dentro de los retenidos recuerdo, aclarando la imposibilidad de mencionarlos a todos, a Virgilio Godoy cuya temeraria valentía no registró parangón (el rapto según su criterio era “otra de vaqueros”), Myriam Argüello, Luis Sánchez Sancho, Alfredo César, Humberto Castilla (estos últimos tres puestos públicamente en “paños menores”), Róger Mendieta Alfaro, Wilfredo Navarro, Reynaldo Hernández, Duilio Baltodano, Róger Guevara Mena, Juan Velásquez Molieri, Mario Montenegro, Edgard Quintana, Humberto Doña, Adolfo García Esquivel y los que involuntariamente no aparecen en el momento de escribir.

El lapso más dramático vivido, causante de consternación y asombro a nivel mundial fue cuando luego del anuncio hecho a través del sistema local de parlantes, en vista de que no se registraba nada positivo en Caulatú, se mencionó a los tres primeros escogidos (César, Sánchez y De Castilla), para ser fusilados en calzoncillos. Los siguientes según la mortal agenda irían de tres en tres hasta agotar la suma de rehenes. La befa letal tuvo nombre: “Operación Domingo, último día”. Era un 22 de agosto. Había lugar para una especulación tortuosa: quiénes serían los próximos tres. Si faltaba tiempo habían colocado unas bombas de dinamita con la plasticidad con que se ordenan las piezas de ajedrez. Pero llegó un repentino y salvador mensaje de Caulatú: “El Chacal” anunciaba la libertad de sus rehenes y eso bastaba para que todos volviéramos a la vida… El autor es periodista.

COMENTARIOS

  1. El Artista
    Hace 11 años

    Me gusto mas la narracion de Roger Mendieta.. Mas humana.. menos tendenciosa!! Mejor descrita!! El mismo hecho dos versiones!!

  2. German
    Hace 11 años

    Falta el relato de los secuestrados por el Chacal.

    Y a todo esto, quedó evidenciado que el secuestro de “Caulatú”, era conocido por el grupo secuestrado de Bolinia. ya que los primeros fueron liberados rápidamente. solo bastó dar la orden al Chacal para que liberara a los rehenes. Se acabaron los secuestros, lo mismo que las bombas a la tumba de Carlos Fonseca.

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