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Julio Portocarrero Arancibia

A monseñor Sándigo

Excelencia: que la paz del verdadero Dios por quien se vive esté con usted. Hacía tiempo deseaba escribirle y si lo hago ahora por este medio es porque estoy convencido que mi voz y solicitud hacia la petición sobre la cual referiré en este escrito es la de muchos hermanos míos que esperan que ustedes los obispos, pastores nuestros, redirijan su mirada sobre la intervención que Dios realizó entre nosotros en 1980.

Me refiero a las apariciones de María Santísima en Cuapa, acontecimiento que usted ha definido —cuando ha visitado el ahora Santuario Diocesano—, como un mensaje materno “que cayó en un tiempo en que el hermano se alzó contra el hermano”.

33 años han transcurrido de ese episodio maternal que marcó la vida de este pueblo que tiene a Cristo en el corazón, y que en aquel tiempo, en aquella “noche oscura”, le pidió a María que se dignara vernos con sus misericordes óculos, pues si Ella lo hacía, Cristo también lo haría.

Y Él no dudó en hacerlo. No pudo apartar su mirada de tanta juventud ensangrentada. Vio las lágrimas maternas de las mujeres que enterraban a sus hijos caídos en la montaña. Vio a su Iglesia dividida y a Nicaragua inmersa en el más terrible enfrentamiento bélico de nuestra historia. Y fue entonces —permítame plantearlo así— que vio a María también en medio de tanto dolor y le dijo: “Mujer ahí tienes a tu hijo”.

María entonces se inculturizó y a semejanza de Cristo compartió nuestros dolores. Nos recordó por medio de Bernardo Martínez, que Nicaragua ha sufrido mucho desde el terremoto de 1972 y que seguiremos sufriendo si no cambiamos. “Si ustedes no cambian, abreviarán la venida de la Tercera Guerra Mundial”, nos dijo Ella en Cuapa.

Sin embargo, su mensaje en un determinado momento se manipuló y muchos creyeron que se trataba de un cuento contrarrevolucionario, cuando en verdad el sentido era otro: Ella estaba comunicándonos a Dios y con ello quería hacernos volver a la casa del Padre, en donde encontramos el abrazo de la Misericordia.

La experiencia de apariciones de María es algo que a mi criterio debe ser acogido con amor por parte de la Iglesia. Por eso creo oportuno el inicio de un proceso de investigación sobre los acontecimientos de Cuapa. De este municipio chontaleño es necesario realizar una indagación exhaustiva. María estuvo ahí y nos habló de la verdad que supera la existencia y el tiempo mismo: Jesucristo, Señor de la historia.

En Cuapa la Inmaculada nos recordó que solo Dios es importante, que la paz nace tras el encuentro y reconciliación con Cristo, que la violencia no es el resultado para solucionar nuestros problemas y que hay esperanza mientras una sola alma rece el rosario en la Tierra.

El mensaje de Cuapa es tan actual en este tiempo y contexto en que transcurren nuestros días, que pareciera que aquella joven que Bernardo vio bellísima, se posara nuevamente sobre el arbolito de dormilona —en el cerro de las apariciones— y nos dijera “nicaragüenses: ¡despierten, hagan la paz!”

Los fieles desconocemos si existe una aprobación eclesiástica —no implícita como la que tenemos— sobre estos acontecimientos que han renovado nuestra fe. ¿Hay un proceso de investigación sobre ellos? ¿Se ha estudiado el mensaje que María nos transmitió? ¿Cuál es el sentir de ustedes como Iglesia para con Cuapa?

Es tiempo en que ustedes como pastores nos adoctrinen sobre la verdadera devoción a María, la cual consiste según el magisterio de nuestra Iglesia, en imitarla a Ella como modelo de entrega a Dios.

Monseñor, en Cuapa estuvo la Madre y a semejanza de la visita a su prima Isabel hace dos milenios, nos comunicó “el fruto bendito de su vientre”. En Bernardo devolvió la dignidad al campesino a quien tanto se humilla en nuestra patria. Con su presencia nos recordó que la creación es parte del proyecto salvífico de Dios, por ende es deber del cristiano promover la protección del medioambiente.

Espero, excelencia, tome en cuenta esta solicitud que le dirige el más pequeño de los hijos de la Madre, y de alguien que ha encontrado en Cuapa —la embajada de María en Nicaragua— el amor misericordioso de Dios. Que Él, nacido y encarnado en el seno de la Inmaculada, bendiga y acompañe su labor pastoral. El autor es estudiante de Comunicación Social de UCA.

Opinión Carta Monseñor Sándigo archivo

COMENTARIOS

  1. feligres
    Hace 11 años

    No es justo alterar la paz de la humildad. Asi es la iglesia!

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