No puedo negar que siempre he sentido cierta admiración por los fanáticos. Por los que son capaces de expresar sus emociones sin llegar al irrespeto, y que no esconden sus inclinaciones o preferencias sin importar circunstancias.
Pero no puedo ocultar mi rechazo por los que, bajo la excusa de defender una causa o manifestar fidelidad a un equipo, son capaces de agredir a otros, como si eso fuera a transformar una realidad.
Y lamentablemente el deporte, concebido para le medición de fuerzas, pero dentro de un marco de respeto y reglas previamente establecidas, se ha convertido en el escenario de enfrentamientos, iniciados por los jugadores en el campo.
Nadie quiere acabar con el deporte, excepto este tipo de actitud que canaliza su frustración, mediante la agresividad, pero también su entorno que los anima a delinquir. Contra estos no hay que ir con contemplaciones.
Con el fanatismo no se puede razonar. Hay que ser más fuerte que él, como dijo Alain. Y Fenifut tiene que apretar con la ley en la mano.
El deporte nica en general necesita el empuje de todos, más el futbol, cuya distancia entre nosotros y los demás es cada vez más grande, pero acciones como la de Diriamba lo empujan al deterioro.
Los sucesos de Diriamba, o donde sean, no pueden pasar inadvertidos. La Fenifut tiene que enfrentar el caso. Que se deje de nombrar comisiones para investigar y analizar. Eso solo sirve para matar tiempo. Que asuma.
El fanatismo que apoya a su equipo, que se encumbra en el triunfo o resiste estoicamente la derrota, es admirable. Lo de Diriamba no fue futbol, ni es fanatismo. Es barbarie y no puede seguirse manifestando.
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