Desde 1948 el mundo ha enfocado su mirada sobre el Medio Oriente a través de un lente empañado por conflictos: Guerras entre árabes y entre países árabes e Israel; los contrastes económicos y la bonanza petrolera; la amenaza del fundamentalismo musulmán y los regímenes radicales en Irán, Irak, Libia, Siria, etc.
En 1948, se inició la primera guerra entre el nuevo Estado de Israel y los ejércitos de Siria, Líbano, Egipto, Jordania e Irak. En 1956, una crisis sobre el Canal de Suez dio lugar a la guerra entre Egipto e Israel.
La Guerra de los Seis Días, en 1967, entre Israel y las Repúblicas Árabes Unidas afectan hasta hoy día la geopolítica de la región.
La guerra de Yom Kipur (día sagrado judío) fue iniciada por Egipto y Siria contra Israel en 1973. Ese año, la Organización de Países Exportadores de Petróleo cuadruplicó el precio del crudo. La alianza de Siria y la Organización para la Liberación de Palestina dio lugar, en 1982, a la guerra entre Israel y Líbano.
Muchas otras confrontaciones e inhumanos actos terroristas han tomado un lugar central, durante todo este tiempo.
De igual manera, la relación de los países del área entre sí demuestra un alto grado de agresión y violencia: En 1970 estalló una guerra civil en Jordania y ese mismo año Siria invadió esa aguerrida nación. Aprovechando el caos posrevolucionario de la República Islámica de Irán, Irak la invadió sorpresivamente en 1980. Con el fin de consolidar su influencia en Chad, Libia invadió ese fronterizo país en 1980. Irak invadió Kuwait en 1990, lo que condujo a la Guerra del Golfo Pérsico. En 1976, durante la guerra civil en Líbano, este país fue ocupado por Siria. Irán, desde 1979 se convirtió en un Estado terrorista. Desde 2011, Siria libra una cruenta guerra civil cuyo escenario revive las imágenes de Saddam Hussein y Adolfo Hitler.
En los últimos tres años, desde el comienzo de la “primavera árabe” en 2010, hemos visto en el Medio Oriente una cadena de disturbios que incluyen asaltos a embajadas, revoluciones, golpes de estado, guerras civiles y ataques a la población civil inocente con armas químicas de destrucción masiva.
Si bien los grupos musulmanes fundamentalistas atienden a su ideal de instalar gobiernos radicales en la región, estos cultivan su capacidad y potencial de hacer daño a las sociedades occidentales. Peor aún, el choque de civilizaciones ha socavado el mayor abismo posible entre Occidente y el mundo musulmán.
Los principales problemas, aparte de la red de financiamiento a los grupos terroristas, son Rusia e Irán. La Rusia de los noventa regresó a los agraviosos pasos de la Unión Soviética y le presta su calculado apoyo a los enemigos de Israel y de Occidente. Inequívocamente, el mayor agravante es Irán y la marca religiosa del tambor a cuyo ritmo marchan cientos de miles de fanáticos que integran las fuerzas fundamentalistas musulmanas.
En consecuencia, la decisión del presidente estadounidense de penalizar a Siria, por el uso de armas químicas, con un ataque militar, ha encontrado una disconformidad generalizada que plantea una pregunta a la que —aparentemente— nadie puede responder: ¿Cuán preparado está el mundo para enfrentar las posibles consecuencias de dicho ataque?
A estas alturas, todo esfuerzo ha de concentrarse en la reparación de alguna ruta sabia y moralmente transitable, puesto que —por el momento— todos los puentes que llevan a Siria parecen estar rotos. El autor es economista y escritor.
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