Jeniffer Castillo Bermúdez
I entrega
Este proyecto hizo que el 85 por ciento de los docentes se haya apropiado de nuevos conocimientos y metodologías que los hace competentes para su desempeño como maestros de multigrado. También logró, entre otras cosas, superar la casi nula participación de madres y padres de familia en la gestión educativa y formó a 33 docentes rurales de la modalidad de multigrado.
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Al otro lado del río se cuentan muchas historias. Hoy todo está en silencio, por eso el grito de Yacareli Guido Cano —con el que pide a un comunitario que la pase en cayuco por el río de Lisawé Arriba, en Mulukukú— se escucha claro.
Ella tiene 12 años y está en quinto grado de primaria. Estudia en la escuela rural La Primavera y antes de salir de su casa barre el patio, lava los platos y llena los barriles de agua para que su mamá lave la ropa.
Hoy el río permitió a Yacareli llegar a la escuela que, aunque desde hace un año tiene dos computadoras, un televisor y un DVD, no cuenta con energía eléctrica.
Ahí las ganas de aprender de los 32 estudiantes —que llegan a la escuela después de las 8:00 de la mañana por la travesía que recorren a diario y con botas de hule por los fangos que encuentran en todo el camino— llevó primero la tecnología al salón de clases, antes que la energía iluminara las casas de la comunidad.
Seis de estos estudiantes decidieron, en el 2012, cruzar el río en cayuco, atravesar el campo durante dos horas en bestias y abordar un bus que por nueve horas de trocha y carretera los llevó a Managua. Su meta era participar en un concurso nacional de lectura y… ganaron el primer lugar. Como premio recibieron equipos audiovisuales y computadoras.
Esta fue la primera oportunidad que tuvo Deyling González Escoto, estudiante de primer grado, para salir de su comunidad. Ella viajó a Managua en compañía de su profesora Eyling Verónica Aguilera y cinco estudiantes más. Todos leen fluidamente y fueron campeones.
Deyling leyó 136 palabras por minuto y eso la destacó como la estudiante que lee más palabras por minuto en el país.
“La lectura es bonita porque uno conoce las cosas y aprende más”, dice la niña de 8 años. Mientras la profesora Eyling reconoce que “la lectura trajo progreso a la escuela y a nuestra comunidad”.
La última vez que Cecilia Pérez Muñoz fue a la escuela tenía 9 años y apenas cursó primer grado de primaria porque “ya después mi papá no nos mandaba (a clases)”.
Hasta ese momento Cecilia, ahora de 48 años, “no conocía los televisores, solo uno pequeño blanco y negro, yo no sabía qué eran esas cosas (las computadoras)”.
El esfuerzo de los estudiantes benefició incluso a sus padres. Los organizó y motivó a buscar más ayuda para la escuela. Su gestión llevó un panel solar que, además de llevar energía a la escuela, permitió que nueve niños por primera vez bailaran folclor sonando un disco en un equipo de sonido, en un acto organizado para agradecer al Instituto para el Desarrollo y la Democracia (Ipade) por el apoyo que dan a la escuela.
El Ipade, además de donar el panel solar, asegura los materiales didácticos a la escuela, da asesoría pedagógica a la maestra y promueve la organización de la comunidad con el fin de que ellos asuman la educación de sus hijos como una tarea de todos, explica Maritza Cruz Carrasco, coordinadora del proyecto Mejora de la situación educativa en 30 comunidades rurales de Mulukukú.
Por eso, mientras Cecilia y tres mujeres más preparan la merienda de los estudiantes en un estrecho cuarto hecho de tablas viejas al que llaman “el comedor” de la escuela, Francisco Cano Luque, padre de familia, elabora las láminas con las que la profesora enseñará los colores y las frutas a los estudiantes de primero y segundo grado.
La escuela La Primavera solo tiene un salón de clases. Hay una profesora que enseña a los 32 estudiantes de primero a sexto grado y aunque no tiene buenos los pupitres, luce colorida y mantiene la matrícula inicial.
Cada mañana, en el río de Lisawé se escuchan 12 gritos. Uno de ellos es el de Yacareli, el resto son los otros 11 estudiantes que tienen que cruzar el río en cayuco para asistir a la escuela. Ahí aprenden que después del río “hay una oportunidad de mejorar la vida”.
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