Ayer domingo 29, fue el 57 aniversario del fallecimiento de Anastasio (Tacho) Somoza García. La historiografía dominante y las versiones oficiales lo presentan como un déspota, que mantuvo su poder por la violencia. Refuerza esta imagen la cita que le atribuyen y que supuestamente resumía su política: “Plata para los amigos, palo para los indiferentes, plomo para los enemigos”.
¿Cuán veraz es esta imagen? Responderlo es difícil por el apasionamiento con que tendemos a juzgar personajes políticos y a demonizar adversarios. También porque carecemos de una tradición de rigor investigativo, como lo demuestra la frase anterior atribuida a Tacho, sin ningún fundamento histórico, igual que la que se atribuye erróneamente a Roosevelt: “Somoza es un h. de p. pero es nuestro h. de p.”.
Por algo los mejores libros sobre Somoza García son de extranjeros, como Richard Millet, Guardianes de la Dinastía , o Knut Walter, El Régimen de Anastasio Somoza 1936-1956 . Lo que se infiere de un examen desapasionado de su gestión es que si bien fue una dictadura, su conducta fue muy distinta de los que sugiere la famosa frase.
Es cierto que comenzó a gobernar en 1936 bajo el signo del asesinato de Sandino y sus lugartenientes, hecho causado por factores muy complejos, incluyendo presiones de su propia oficialidad, como lo documenta Millet. Pero en los primeros 18 años en el poder —hasta abril de 1954— se cuidó de no derramar sangre opositora. Las muertes de Rito Jiménez y Scott, de serle imputables, constituirían la excepción.
En distintas ocasiones cerró diarios y arrestó y exilió algunos oponentes. Pero no lo hizo masivamente o por mucho tiempo. En 1944 enfrentó las más fuertes protestas callejeras. Pero mientras Ubico en Guatemala, y Martínez en El Salvador, ante una situación parecida dejaban una estela de muertos, Somoza no dejó uno solo. Soltó pronto a los detenidos y prodigó amnistías.
Los adversarios políticos de Somoza no temían por sus vidas ni por sus haciendas, a pesar del gran control que ejercía sobre el sistema financiero y el Estado. A diferencia de los vejámenes a que sometió Zelaya a muchas familias conservadores, Tacho les permitió espacio para subsistir y prosperar. Su gran adversario-conspirador, Emiliano Chamorro, siguió recibiendo desde el exilio las ganancias de sus fincas ganaderas.
Su método preferido para lidiar con sus opositores fue la prebenda, no el palo. De los nueve periódicos que llegaron a existir en 1955 —antes de la TV— cuatro eran gobiernistas. El resto eran opositores cuya circulación combinada superaba la del oficialismo 60 a 40. Para moderar sus críticas el régimen entregaba dádivas (“venados”) a treinta periodistas.
En marzo de 1956, ante un editorial encendido en que Pedro J. Chamorro Cardenal llamó a los opositores a frenar los planes reeleccionistas de Somoza, instándolos a “estar dispuestos a ser héroes de la Patria”, el gobierno acusó a La Prensa de incitar a la violencia y la demandó judicialmente. El juez desestimó la demanda por considerarla improcedente.
Fue hasta abril de 1954 que tras una conspiración para matar a Somoza corrió sangre de opositores —22 “muertos en combate”—, según el gobierno, “asesinados”, según la oposición. Los capturados fueron 18, algunos de los cuales denunciaron torturas. Fue el peor incidente, pero nada comparable al asesinato sistemático de opositores que personificó Trujillo, en República Dominicana, o Castro en Cuba, con su sangriento paredón.
Contribuir a la honestidad en Nicaragua requiere cultivar también una memoria honesta. La pasión dominante del historiador, al igual que la del periodista, no debe ser la defensa de la justicia ni el derecho, sino el celo por la verdad, fundamento de ambos.
El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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